Por el título de la cosa, deduzco que existe una Noche en el museo primigenia, es decir, una primera y exitosa película que provocó que al tal Shawn Levy le otorgaran un montonazo de pasta para perpetrar esta secuelilla, que necesitó dos guionistas para ser escrita; dudo bastante que a los señores Garant y Ben Lennon se les secara el seso por el arduo trabajo de escribir algo tan insustancial. Ben Stiller, hacia el que profeso una inquietante afición, ni siquiera está gracioso, y todo lo demás es un aburridillo desfile de fuegos artificiales basados en la iconografía estadounidense más variopinta (el General Custer, Lincoln, Amelia Earhart, Capone, cuadros de Hopper, Liechtenstein, Grant Wood, etc), a lo que se une otro tipo de personajes sumamente accesibles al público medio menos exigente de los EEUU, a quien va dirigido el cotarro (el faraón malvado, Napoleón, Iván el Terrible, Darth Vader, Atila, etc.), con un conocido a la par que anodino ramillete de famosetes que hacen sus particulares cameos (George Foreman, los horribles Jonas Brothers en plan querubines cantarines, como no podía ser de otra forma).
En fin, tampoco puedo decir gran cosa sobre este subproducto, al que me vi abocado gracias a una fenomenal a la par que gigantesca pizza que me sumió en una inmovilidad en el sofá, lejos del mando a distancia que me permitiera elegir algo más apetecible.