A buen seguro, no hubo de faltar de entre los responsables de LA MILLA VERDE alguno cuya pretensión fuera la de deshacer el mal. Así, las continuas llamadas de atención (el alegato contra la pena capital, las invitaciones a la compasión, las peripecias del gorrión bajo la lluvia, las andanzas del roedor sobre el linóleo) se sucedían y quedaban en el aire.
Formidable el dominio de Frank Darabont a la hora de contar historias. Y formidable su capacidad manifiesta para rodearse de grandes intérpretes, que, de ese modo, el mensaje se amplifica y el solaz, casi hasta el infinito, se incrementa. Tom Hanks, Sam Rockwell y Patricia Clarkson estuvieron magníficos, Doug Hutchison se hizo odiar del mundo entero y Michael Clarke Duncan, nominado como secundario en la piel de John Coffey, acabó muy cansado de las personas que son feas con las otras.
Con la pretensión de deshacer el mal, y para con un mundo ahíto de dolor, un mundo que no sabe a dónde va, de dónde viene ni por qué, se lanzó a los cuatro vientos la fenomenal LA MILLA VERDE. Con la pretensión de deshacer el mal, pero ya era tarde.