Cuando una película está inspirada en la vida de una persona, lo menos que se le debe exigir es un guión verosímil, cosa de la que este film carece. El papel de Meg Ryan no es creíble en ningún momento, no sólo por lo improbable de la historia, sino también porque parece incapaz de interpretar un papel dramático fuera de sus estupendas actuaciones en comedias románticas. Si uno cree que al menos verá acción, vayan olvidándose porque los combates son muy pobres e irreales. Al final, más que una película de boxeo, resulta un canto al feminismo, lo que supone un engaño al espectador.