La historia de Crepúsculo es sencilla: chica mona y patosa se enamora de vampiro perfecto y ágil. Personajes antagónicos que, afrontando sus diferencias, se complementarán a la perfección, rompiendo las reglas entre presa y cazador. Recuerdo, de hecho, una escena en que ella lo seguía patosa, casi suplicante, mientras él andaba esquivando piedras y follaje a la perfección.
Los personajes son interesantes, no-lineales y cumplen su función dentro de la gran pantalla, casi al igual que lo hacían en el papel. Pero la escasa duración del film obliga a que las relaciones sean algo más superficiales aunque esenciales al fin y al cabo. Así, sus protagonistas, Bella (Kristen Stewart) y Edward (Robert Pattinson), que podrían considerarse iconos del nuevo romance moderno, imitarán a otros grandes mitos del romance luchando contra adversidades e instinto; Bella, que representa a la vida, luchará, por incoherente que parezca, en contra de su propia vida, pero Edward, que representa al peligro y a la muerte, luchará a favor de la vida. Son una división paradójica unipersonal entre la locura del primer amor y la serenidad y coherencia del paso del tiempo, enfocada en dos personas totalmente distintas.
A esto ayuda la visión de su directora, Catherine Hardwicke, quien, por cierto, hace un breve cameo, y que ya había representado los miedos y problemas de algunos jóvenes en la impactante Thirteen (2003), donde contaba la pesadilla de una madre ante una hija demasiado rebelde. De forma más cómica representa las diferencias padre-hija en la que ahora nos ocupa, Crepúsculo, mostrando la tensa relación entre Bella y su progenitor, mientras da una vuelta de tuerca y nos presenta una relación madre-hija mucho más abierta y armoniosa.
Mientras, Edward lucha contra sí mismo y su propia naturaleza como ya lo hiciera Brad Pitt representando al papel de Louis en Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994).
También cabe hacer especial mención a determinadas secuencias que cumplen su función a la perfección, la mayoría de ellas cómicas, como una fabulosa escena en la que ella se da cuenta de la verdadera naturaleza de Edward, y que sirve como pequeño guiño a las convencionales historias vampíricas en blanco y negro de principios del S.XX.
Como punto en contra cabe destacar que algunos efectos especiales no están muy logrados y que la historia flojea por momentos, llegando a parecer incluso lenta e insulsa, sin conseguir atraer la atención suficiente del espectador. Se nota, además, la capacidad de Hardwicke, su directora, para las secuencias románticas o adolescentes, pero también es palpable su dificultad a la hora de recurrir a la ciencia ficción, al terror sobrenatural… De esta forma, casi podría decirse que rompe el clímax romántico del film con un final apresurado y poco emocionante, que podría haberse alargado y perfeccionado un poco más, equilibrando así la balanza que el libro sí consigue alcanzar.