Con su lenguaje claro y rotundo, Eastwood nos traslada una preocupación real que, seguro, él mismo se está planteando; es la pregunta del millón: "¿Qué hay después de la muerte?". Y lo hace desde su mirada americana, un punto de vista que puede parecer vulgar o superficial, pero que es el que podemos tener un importante sector de la población occidental.
No deja de lado ningún aspecto del tema: 
- la existencia de una investigación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte
- la trascendencia emocional que tiene sobre todo para los que acaban de sufrir una pérdida
- el negocio que supone el asunto, ya sea la literatura o la videncia
- la manipulación y superchería que campan por sus respetos
- la "conspiración de silencio" a la que está sometida la cuestión, aprisionada entre el lobby religioso y el agnosticismo que se deriva del chato racionalismo imperante en la ciencia en general.
Todo ello está barajado en la película con una estructura dinámica de historias cruzadas, unos actores muy bien dirigidos, resultando un producto entretenido y a la vez honesto.
Sólo echamos de menos la mirada introspectiva, ya sea en el ámbito de la investigación o de la experiencia interior. Pero esta dimensión es difícil de manejar y ha de encajar perfectamente en la película, a riesgo de derivar en un cine pretencioso al que Clint Eastwood jamás se ha aproximado, porque esa no es su visión.