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Voto de El Extranjero :
3
Drama Josh Waitzkin (Max Pomeranc) es un niño normal, pero también un prodigio del ajedrez. Tiene verdadera pasión por el ajedrez y quiere convertirse en un nuevo Bobby Fischer, su ídolo. Su padre (Joe Mantegna), un periodista deportivo, le apoya en todo, decidido a que su hijo se convierta en un futuro maestro. Para ello le asignan un entrenador de lo más frío, Bruce Pandolfini (Ben Kingsley), que le enseña las estrategias de Bobby Fischer. (FILMAFFINITY) [+]
23 de mayo de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ajedrez me parece un juego muy psicológico, en el que el éxito pasa muchas veces por desestabilizar al rival, minar su autoestima, para que este no pueda emplear al máximo sus capacidades. Humillarlo, destruirlo, anular su voluntad, su fé, lo más valioso que tiene en su ser. En verdad no solo pasa con el ajedrez. Y yo me pregunto, ¿para qué todo eso? ¿Realmente tiene algo bueno la competición contra otros? Porque se tiende llevar a extremos, la sana competitividad no existe. Si para ganar hay que destruir moralmente a la otra persona, pues se hace, de lo contrario supondrá una amenaza en el futuro, y de hecho es el único modo por el que parece regirse la competitividad. Y si eres vencido, te conviertes en un paria. Y todo eso, claro, da dinero, genera morbo. A lo largo de la historia, a los humanos desde siempre nos ha fascinado ver, saber de las jugarretas que se hacen los unos a los otros, conocer las dimensiones que pueden alcanzar las estrategias más retorcidas, especular acerca de todos los sucesos y dar nuestra interpretación de todo, como tratando de restregar al mundo que nosotros también somos inteligentes y podemos tener una visión de las cosas que el prójimo no entenderá, ni en realidad queremos que entienda, pues eso supondría que en realidad no somos tan inteligentes. Por todo eso, ¿cómo no vamos a adorar a los 'destructores' profesionales, a los que alcanzaron la fama, a aquellos por los que los medios de comunicación se interesaron, ensalzaron y en realidad enseñaron a quién tenemos que adorar?

Al Bobby Fischer que conocemos fue un ser acomplejado y maniático, incapaz de profesar empatía e inteligencia emocional. Una persona así se hace. Sus excentridades hasta a mi me hacen gracia, pero en realidad todo es patético y mezquino (y si no lo fuera, no sería tan fascinante y pocos hablarían de él).

Esta película la encuentro poco creíble, desde el proceso de evolución del ensimismado niño, hasta la variación de las reacciones de su padre, un inexpresivo Joe Mantegna, que primero se lo toma con calma, después es poseído por la locura de la competitividad y cinco minutos después es el padre buenazo del año. Todo muy plano, aburrido e irrelevante, no me transmite nada. Como toda película comercial que se precie contiene ciertas dosis de maniqueísmo, peca de buenismo y se advierten trazos de exageración en absolutamente todas las secuencias. Para ser una película de ajedrez no hay ni una sola partida explicada con claridad y las referencias que se hacen a Bobby Fischer son prescindibles y gratuitas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
El Extranjero
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