Que la gente comente que la temporada cuatro de «Stranger Things» es más dramática y más oscura como si fuese un mérito, dice mucho de la ficción de nuestro tiempo. Sin embargo, tengo la sensación de que esta cuarta temporada es casi una precuela para el final. Quizás es que todo ha quedado en suspenso, abierto. A estos nueve episodios, que se hacen pesados, les veo espíritu de transición, con una concepción errónea casi en su totalidad.

Observemos la historia de Once. Es que, si lo piensas, Once es un personaje con un peso relativo en la serie. Parece que solo está para matar al monstruo. Visto lo visto, casi mejor que se quede así, porque ahora resulta que es una niña sin poderes que sufre bullying. Entendemos que su trama es para conectar con Vecna, pero realmente no era necesario convertir a Once en una chiquilla con aún más dramas y problemas. Once tiene la fortaleza mental para haber sobrevivido a seres monstruosos… pero se derrumba por una niñata rubia que se ríe de ella. A mí no me parece nada justo. Bueno, y todo su programa de entrenamiento, ¿le importa a alguien?

Otra trama innecesaria es la de Mike y su grupo, donde debemos padecer al insufrible de Argyle. No entiendo que se haya concebido un personaje así, escapa a toda comprensión que a alguien le pareciese adecuado y no murieran todos de vergüenza ajena ante sus parlamentos y actitudes. En fin, que Mike y compañía no hacen nada durante toda la serie. Lo dicho, un viaje de transición.

Más ideas innecesarias para el guion, y encima estúpidas: la de Jason y su grupo de jugadores de baloncesto. Que quede claro que el chico más popular y estrella del instituto es psicópata para que los pringados se sientan cómodos consigo mismos. Respecto a la parte rusa, no está mal, pero eso del Demogorgon capturado… Vaya basura de monstruo, ¿no? Que además todo en la misma prisión, allí encarcelan y hacen experimentos con seres de otro mundo, claro.

Sin embargo, puede que el colmo de lo innecesario sea el trato a Max. Aunque su escena con el «Running Up That Hill» (cuya versión live con David Gilmore recomiendo encarecidamente) sea de lo mejorcito de la serie, no era necesario semejante dramón, esa tortura psicológica y además física a la que es sometida. La Max que conocíamos era algo chulesca, pero también optimista a pesar de toda la basura familiar que tiene encima; vivaz, segura de sí misma y con un toque fresco y alegre en medio de ese grupo de nerds rancios con una Once poco espabilada. Ahora Max es un drama andante. Basta, por favor. Basta.

La historia en su conjunto trata de darle lógica a algo que no lo ha tenido desde el principio, y se nota. Villanos anteriores, ahora no son tan malos, o directamente amiguísimos (¿doctor Owens?), y sus motivaciones ya no son las que eran, así que nos han engañado a todos, también a Once. Monstruos que aparecen como los supervillanos sin haberlos nombrado durante toda la serie… ¿Qué querían los otros malos, entonces? Recordemos el principio: ¿por qué o para qué el Demogorgon secuestró a Will? ¿El mundo del revés no es diferente en cada temporada?

Yo insisto en que lo mejor de todo «Stranger Things» es Steve. Sorprendida me he quedado al descubrir que es el personaje favorito entre los fans. Aún queda esperanza para la humanidad. Steve es el hombre, el héroe, el amigo, el padre, el canguro, el amante. No pierde la clase a pesar de sus comic reliefs. Steve es sereno y contenido, sincero, seguro sin arrogancia. Su momento desnudo es graciosísimo, no por su físico, sino por la reacción de las chicas que lo rodean, prismáticos incluidos. Claro que sí, es que todas deberían estar locas por él. La incursión en el grupo de la petarda de Nancy le quita protagonismo, porque todos sabemos que es una mujer empoderada, así que espero que se vaya con Jonathan y deje de molestar.

Esto no pinta bien.