Esta cuarta parte de «Toy Story» podría entrar en la categoría de «películas que olvidas nada más verlas», porque en verdad es una historia olvidable al máximo. A estas alturas no podría decir cuál es el problema exacto de «Toy Story», ni tampoco esas virtudes que la han hecho tan querida al público y a la Academia, que esta tiene el Oscar a la mejor película de animación. Locuras de la vida.

¿Por qué este éxito? Es que no lo entiendo. Para empezar, ¿a los niños les entretiene? Quizá ver muñequitos en movimiento atrapa su atención, puede ser. Pero eso no basta para ser buena. Si el guion es prácticamente como el de los anteriores: hay que rescatar a alguien. ¿No van todas las «Toy Story» de lo mismo? Y mientras lo rescatan pues van pasando cosas, muchos saltos y golpes, para al final sacar alguna moraleja políticamente correcta que contente a los padres; tienes que vivir tu vida, haz lo que te haga feliz... Cualquier cosa que a los dos segundos has olvidado.

Es cierto que hay cosas buenas: la muñeca Gabby y su historia tiene mucho potencial, así como la tienda de antigüedades, pero queda todo difuminado por la marabunta de las otras tramas y la acción; y los dos peluches de la feria, absoluta y totalmente adorables, se roban la función en cuanto aparecen, pero también se pierden entre el resto.

En fin, mal enfocada.