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Voto de Jark Prongo:
8
5.2
280
Comedia. Fantástico
Incitadas por su primo, dos adolescentes emprenden un viaje en el que esperan vivir todo tipo de aventuras. Al no conseguirlo, optan por imaginárselas y terminan creyendo que han sido secuestradas y encerradas en un siniestro castillo. (FILMAFFINITY)
25 de noviembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la inabarcable filmografía que maneja Jesús Franco es lógico, si no se está familiarizado con ella, pensar que el hombre dedicó toda su longeva vida a fabricar costrazas de saldo. Lo que se dice un prejuicio de libro, vaya. Cuando una filmografía (que de tan abultada que resulta y con tantos seudónimos usados ni el propio Jesús era capaz de hacer un inventario fiable de la misma) conoce rachas de despachar explotaciones sexuales chuscas (con esos títulos inenarrables que les eran indisociables) una detrás de otra la gente ya se lleva las manos a la cabeza dando por hecho que para qué ponerse con nada del señor Franco, cuando en realidad resulta que, así de memoria, Rififí En La Ciudad, Necronomicón y Los Depredadores De La Noche (remake no encubierto de Ojos Sin Rostro de Franju con la grandísima Brigitte Lahaie, la musa de Jean Rollin) son películas notables. Empero, es su ópera prima como realizador, esta Tenemos 18 Años, la que coloca a Jesús a otro nivel, la que debería otorgarle el reconocimiento póstumo que nunca se le dio en vida: no sólo no conoce igual en el parque fílmico nacional, sino que puede que incluso en la mundial. Que se rodó poco antes de Al Final De La Escapada de Godard, ojo a ese detalle. Tenemos 18 Años es una reivindicación del cine como espectáculo -y como medio vinculado a diversas artes pero no supeditado a ellas ni a los corsés que las rigen- toda vez que un manifiesto y una inmensa broma, ni siquiera es capaz de tomarse a sí misma. Esto es algo que casa con otra cualidad intrínseca que sólo se añadió décadas después al film, justo en el momento en el que Jesús Franco echó la vista atrás, hizo retrospectiva vital de cara a escribir sus fantásticas memorias y pudo ver que en el curso futuro de sus acciones, ese alegato que es la película no se avergonzaría en ningún momento de su constante actitud libérrima.
El dinamismo en las acciones aquí es anterior en varios años al de Richard Lester y el cine pop y a la vez más moderno, tiene más parecido en realidad con esa libertad absoluta que sólo permite en verdad el cómic. El amor al cine de género se manifiesta en todos y cada uno de los sketches, mini derivas autoconscientes hasta el extremo que los protagonistas aluden a que se van por peteneras en ocasiones y se recriminan que no se centran en sus narraciones. Las muchachas tarambanas de Las Margaritas, esa necedad extrema sobrevalorada hasta el punto de figurar en la precuela de éste libro, va a rebufo de lo que Licia Calderón y Terele Pávez urden aquí con su revuelta pro imaginación y anti realidad. No lleva ni un minuto Tenemos 18 Años y ya se ha roto la clásica cortinilla animada de créditos por la interferencia de la realidad, que interactúa con ella vía Antonio Ozores. Veinte minutos más y ya se han puesto en solfa todas las figuras de autoridad que pueda conocer una mujer de clase media de 18 Años: padres y profesores son ridiculizados al instante, y el Test de Bechdel igual no porque es que ya se habrían deschochado de él durante el resto del metraje. Igual sucede con sus pretendientes y amistades masculinas. La pompa y el saber se llevan palos de seguido durante todas las secuencias en la Facultad de Filosofía, al igual que la afectación y el existencialismo. Treinta minutos y se nos da una clave esencial para entender de qué va todo en realidad cuando Terele, Licia y Antonio se encuentran en una encrucijada literal, esto es, sin saber a dónde tirar en una bifurcación en medio de la carretera. Esa es la lucha constante, la de las dos muchachas con la niñez ya detrás suya pero todavía visible por el retrovisor y una etapa adulta que parece cercana pero que no termina de llegar del todo están en terreno de nadie, a tiempo de hacer locuras mientras arriban a la horrible etapa de las responsabilidades. De la que no hay vuelta atrás.
El dinamismo en las acciones aquí es anterior en varios años al de Richard Lester y el cine pop y a la vez más moderno, tiene más parecido en realidad con esa libertad absoluta que sólo permite en verdad el cómic. El amor al cine de género se manifiesta en todos y cada uno de los sketches, mini derivas autoconscientes hasta el extremo que los protagonistas aluden a que se van por peteneras en ocasiones y se recriminan que no se centran en sus narraciones. Las muchachas tarambanas de Las Margaritas, esa necedad extrema sobrevalorada hasta el punto de figurar en la precuela de éste libro, va a rebufo de lo que Licia Calderón y Terele Pávez urden aquí con su revuelta pro imaginación y anti realidad. No lleva ni un minuto Tenemos 18 Años y ya se ha roto la clásica cortinilla animada de créditos por la interferencia de la realidad, que interactúa con ella vía Antonio Ozores. Veinte minutos más y ya se han puesto en solfa todas las figuras de autoridad que pueda conocer una mujer de clase media de 18 Años: padres y profesores son ridiculizados al instante, y el Test de Bechdel igual no porque es que ya se habrían deschochado de él durante el resto del metraje. Igual sucede con sus pretendientes y amistades masculinas. La pompa y el saber se llevan palos de seguido durante todas las secuencias en la Facultad de Filosofía, al igual que la afectación y el existencialismo. Treinta minutos y se nos da una clave esencial para entender de qué va todo en realidad cuando Terele, Licia y Antonio se encuentran en una encrucijada literal, esto es, sin saber a dónde tirar en una bifurcación en medio de la carretera. Esa es la lucha constante, la de las dos muchachas con la niñez ya detrás suya pero todavía visible por el retrovisor y una etapa adulta que parece cercana pero que no termina de llegar del todo están en terreno de nadie, a tiempo de hacer locuras mientras arriban a la horrible etapa de las responsabilidades. De la que no hay vuelta atrás.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Tenemos 18 Años, amén de su inmensa audacia formal, es dos cosas esenciales. La primera, una reivindicación del cine en su más elemental sentido, que no es otro que el del espectáculo: Jesús Franco hubo de lidiar en vida primero con la censura franquista –en buena medida culpable de que el final sea el que fue- y posteriormente con otra que él describe en sus memorias un libro (que en lo biográfico es muy Luis Carandell y que ya sólo por cómo habla de Fernando Fernán Gómez merece la pena leerse )fruto de aquellas mentes cortas que pretendían ponerle un contorno al cine negándole la voluntad de ser que lo quisiera ser extralimitándolo a la obligación de tener que contener siempre un discurso, una denuncia o una ideología. El segundo aspecto se puede apreciar contraponiendo a las protagonistas de la peli con aquellas muchachas reales que luego protagonizaron Criaturas Celestiales de Peter Jackson. Dos chicas, Juliet Hulme y Pauline Parker que, ante lo que ellas consideraron era una conspiración de la realidad para destruir el fortín que habían construido con su imaginación y separarlas, terminaron asesinando a pedradas a la madre de una de ellas. Una maniobra pro abolición de la realidad no tan excesiva en sus resultados es la que vertebra la conducta de Terele y Licia, por mucho que ellas al final se plieguen a los designios de lo que les toca hacer por mucho que ensueñen y no quieran, pues en buena medida a toda España de aquellas le sucedía lo mismo llegar a cierta edad y abandonar la fantasía para instalarse en lo grisáceo y una película ni de coña podía permitir que la gente se plantease otra cosa diferente a esa opción designada de forma unilateral. Un subtexto en realidad tampoco demasiado lejano al Alas De Algodón de las Vainica Doble tanto en cuanto habla de esa necesidad que tiene el ser humano de recurrir a negar lo real a través de la fantasía cuando lo que le rodea es mierda y las perspectivas a futuro laxantes. Y esto se aprecia muy bien cuando Jesús filma la parte real del fugitivo en contraste con lo que venía siendo todo el resto de la película planos de encuadre amplio y larga duración cuando en la imaginación había filigrana y edición rápida, el único ruido del viento en contraste con la omnipresencia de la música y el definitivo balazo fuera de campo que aun sin verse sigue doliendo y devuelve a la realidad a las muchachas, condicionando que acepten una vida gris en lo sucesivo.