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España España · Honor al Sabadell!
Voto de Grandine:
8
Drama. Romance. Bélico Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el joven Alyosha, un soldado de apenas 19 años, gana una medalla como recompensa por su heroísmo en el frente de batalla. En lugar de la condecoración, Alyosha pide unos días de permiso para poder visitar a su madre. De camino a casa, en el tren conoce a una chica, Shura de la que se enamora. (FILMAFFINITY)
6 de marzo de 2009
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La balada del soldado" se alza como una particular muestra de la vitalidad que también residía en tiempos de guerra en el interior de los combatientes, porque podía haber muertos, podía haber heridos, dolor, vehemencia, sangre... pero también estaban las ilusiones y deseos de personas más cercanas a la muerte que a la propia vida que, aun así, guardaban en su último aliento un pequeño resquicio de esperanza por poder volver con sus seres queridos, por recordar cuanto les añoraban y por ir almacenando todas esas historias que contar algún día, cuando llegase el momento.

Chukhrai recoge ese vitalismo en una fabulosa aura, que logra despertar los sentimientos más epidérmicos del espectador y empapar la pantalla de emociones puras y palpables, esas que surgen con no poca facilidad, y se despegan de uno todavía con más dificultad. Y es que con diálogos que rezuman sencillez, personajes que resultan francos y directos, instantes rebosantes de sencillez y un transcurso de lo más conciso, donde no hay tiempo para las poses impostadas o la construcción artificiosa de momentos dramáticos, se nos regala un relato de vivas sensaciones que recorren de la médula a la córnea para mostrarnos el transcurso de un cine puro y vibrante.

Entretanto, se nos presenta un maravilloso personaje interpretado por otro bellezón soviético: Zhanna Prokhorenko, y es que yo no sé que tenían estas actrices, pero tanto por su atractiva y extraña belleza, como por las ganas que le echaban en el momento de interpretar, construían quizá los papeles más atractivos donde si tenían que cautivar a alguien, con quien precisamente lo lograban antes, era con el espectador.

Desde ese instante, se desarrolla en el film una de esas relaciones en la que, sin necesidad de entregarnos un romance visible y que se fragüe ante los ojos del respetable, va emergiendo como si nada y dejando al público sumergido en una aureola de romanticismo puro y duro, donde una sóla mirada, una sencilla sonrisa o un simple gesto significarían mucho más que mil palabras. Ante ella, uno se siente seguro y embriagado por el poder de uno de los, probablemente, mejores idilios que haya dado la historia del cine, y todo ello sin besos, sólo con una fulminante mirada, sólo con un cálido abrazo, con el sol poniéndose, y la balada del soldado llegando a su fin...
Grandine
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