Más mala que una cuchillada a contrapelo en la mismísima trompa de Eustaquio.
Espantosa, sin paliativos, absolutamente.
Tan necesaria, entretenida o interesante como dramatizar (muy mal) la mutilación de una pierna gangrenada con una sierra oxidada.
El horror sin motivo ni sentido, porque sí.
Muy estúpida, profundamente idiota. Un efectismo y una solemnidad ridículas para contar nada. Una avalancha insufrible e infame de berridos, golpes y sangre. Un aquelarre perpetrado por imbéciles con capucha, y sin ella.
Y lo increíble es que a cada rato aumentan el estropicio y la vergüenza; de hecho, la parte final se da de bruces, colisiona con algarabía, con el esperpento más sonado y la chapuza más chusca, con el humor grotesco, de tanta torpeza y necedad cierra en absurdo.
Ni un segundo de respiro, nada que salvar de la quema.
Hasta te acaban dando una inmensa pena las energías gastadas por los actores, especialmente por Manuela Vellés en su histeria desaforada, desmadrada: ¿Tanto para qué? ¿Había necesidad?
Si el horror, lo peor, lo muestras tan mal, de forma tan plana, tosca y bruta, con tan poca inteligencia y capacidad, solo es eso, horror, filmado.
Ni siquiera cierta intención de estilo (en el prólogo se atisba algo) se puede perdonar ya que todo alimenta el mismo infierno enfermo, la misma estulticia vacía, el mismo hiperrealismo tan alejado de la realidad, tan horriblemente utilizado.