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Voto de Ferdydurke:
7
8.0
4,090
Drama
"Amarás a Dios sobre todas las cosas". Después de haberse separado de su mujer, un profesor universitario vive con su hijo Pavel al que procura transmitir su racionalidad y ateísmo. También le ha parecido conveniente enseñarle a usar el ordenador. Primero de los diez mediometrajes realizados por el director Krzysztof Kieslowski y el guionista Krzysztof Piesiewicz. Primera parte del "Decálogo", que se inspira en cada uno de los Diez Mandamientos. (FILMAFFINITY) [+]
16 de febrero de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fascinante cuento filosófico. Muy denso y un tanto críptico. Lleno de símbolos y preguntas sin respuesta. Abierto en las ideas, cerrado en la forma.
Un jeroglífico místico, un ajedrez religioso; matemáticas espirituales y un ordenador que cree en Dios.
Apabullante dominio de las metáforas, las imágenes y la música.
Es la historia de un niño que se enfrenta a la muerte, que se pregunta por ella, que la investiga a través de sus dos tutores/amores, su padre, un hombre bueno, racional, ilustrado y agnóstico, y su tía, una mujer cariñosa, creyente y bondadosa. El primero le dice que tras la muerte solo quedan los recuerdos, que Dios es una invención para encontrar consuelo y esperanza. La mujer le habla de Dios y de la vida como un obsequio milagroso que hay que celebrar, como un acto de amor y generosidad por parte del creador. El tercer vértice del triángulo es el observador del hielo y el fuego; el hombre callado, la esfinge y el oráculo; lo sabe todo (quizás) y no dice nada, solo mira triste al contemplar el espectáculo de la vida. Y los espacios riman con las ideas, con los tres personajes que sirven de marco y referencia al niño: esos bloques sórdidos de la época soviética, fríos y siniestros, ese lago helado en el centro y esa iglesia al fondo. Vida, muerte y religión. Ciencia, vacío y fe.
La madre está al fondo, personaje extrañamente lejano, que habla de la orfandad esencial del niño y que es, también, quizás, otra señal ominosa del destino.
Y después tenemos la historia en forma de thriller; con una constante sensación de amenaza y desgracia, de cosa que se rompe o salta por los aires. Y la mirada poética, atenta a los detalles, rica en pequeñas maravillas. Y la banda sonora, con esa flauta desolada e hipnótica.
Asombra la atmósfera, entre lírica y angustiosa, entre tétrica y hermosa. Virtuosismo. Gélida belleza. Una austeridad espiritual, un ascetismo implacable y riguroso.
Menos de una hora para contar tanto, para sugerir mucho, quizás demasiado, quizás peque de excesiva ambición y se le atropellen tantos temas y trascendencias, es posible que la historia esté un poco ahogada, saturada de ahondamientos y enormidades metafísicas.
Un jeroglífico místico, un ajedrez religioso; matemáticas espirituales y un ordenador que cree en Dios.
Apabullante dominio de las metáforas, las imágenes y la música.
Es la historia de un niño que se enfrenta a la muerte, que se pregunta por ella, que la investiga a través de sus dos tutores/amores, su padre, un hombre bueno, racional, ilustrado y agnóstico, y su tía, una mujer cariñosa, creyente y bondadosa. El primero le dice que tras la muerte solo quedan los recuerdos, que Dios es una invención para encontrar consuelo y esperanza. La mujer le habla de Dios y de la vida como un obsequio milagroso que hay que celebrar, como un acto de amor y generosidad por parte del creador. El tercer vértice del triángulo es el observador del hielo y el fuego; el hombre callado, la esfinge y el oráculo; lo sabe todo (quizás) y no dice nada, solo mira triste al contemplar el espectáculo de la vida. Y los espacios riman con las ideas, con los tres personajes que sirven de marco y referencia al niño: esos bloques sórdidos de la época soviética, fríos y siniestros, ese lago helado en el centro y esa iglesia al fondo. Vida, muerte y religión. Ciencia, vacío y fe.
La madre está al fondo, personaje extrañamente lejano, que habla de la orfandad esencial del niño y que es, también, quizás, otra señal ominosa del destino.
Y después tenemos la historia en forma de thriller; con una constante sensación de amenaza y desgracia, de cosa que se rompe o salta por los aires. Y la mirada poética, atenta a los detalles, rica en pequeñas maravillas. Y la banda sonora, con esa flauta desolada e hipnótica.
Asombra la atmósfera, entre lírica y angustiosa, entre tétrica y hermosa. Virtuosismo. Gélida belleza. Una austeridad espiritual, un ascetismo implacable y riguroso.
Menos de una hora para contar tanto, para sugerir mucho, quizás demasiado, quizás peque de excesiva ambición y se le atropellen tantos temas y trascendencias, es posible que la historia esté un poco ahogada, saturada de ahondamientos y enormidades metafísicas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El niño muere. Fallan las premisas científicas y la comprobación empírica. Dios desaparece, o simplemente está ausente, ¿como siempre?. Pavel es la víctima de las dos fuerzas, las dos tendencias, los dos extremos que dominan el mundo, la ciencia y la religión. No hay seguridad ni asilo en ninguna de las dos.
El padre, destrozado, acude a la iglesia en busca de respuestas (¿llora la Virgen o es un "efecto óptico"?) y no parece encontrarlas.
La tía, destruida, pasea sin rumbo hasta que reconoce a su sobrino en la tele (¿seguirá creyendo en la bondad del creador o se agarrará a la ciencia desesperadamente para así recordar a Pavel a través de las imágenes?).
Los dos han "pasado al otro bando, al contrario" para acabar casi igual que estaban al principio, en el mismo punto, antes ignorantes en su seguridad, ahora rotos en su ignorancia.
¿Y el que mira?
El padre, destrozado, acude a la iglesia en busca de respuestas (¿llora la Virgen o es un "efecto óptico"?) y no parece encontrarlas.
La tía, destruida, pasea sin rumbo hasta que reconoce a su sobrino en la tele (¿seguirá creyendo en la bondad del creador o se agarrará a la ciencia desesperadamente para así recordar a Pavel a través de las imágenes?).
Los dos han "pasado al otro bando, al contrario" para acabar casi igual que estaban al principio, en el mismo punto, antes ignorantes en su seguridad, ahora rotos en su ignorancia.
¿Y el que mira?