Abrumador maniqueísmo y atronadora moralina para un cine negro hermoso, rudo y vigoroso, pero de un simple y tosco como un puñetazo bestia en toda la jeta que no hay dios que lo soporte en pie.
Realismo histérico y expresionista, negra noche del alma y de la ciudad, el bien y el mal peleando por la torturada alma de Charlie, epítome del Juan Lanas pluscuamperfecto u hombre sin atributos definitivo, manejado por todos y sin el más mínimo criterio.
Película saturada, infestada, como manada de ratas hambrientas y sádicas, de símbolos, moralejas, metáforas y mensajes metidos a troche y moche y caídos del cielo como diluvio de ranas, en aluvión y a quintales, en cascada, sin miedo ni vergüenza, a lo loco se vive mejor.
Aturdido y renqueante deambula uno, sin consuelo, pidiendo la cuenta y llorando de risa/pena por tanta fiereza sin domar, por tanta tragedia, espanto, sermón y barbaridad.
Combate el espectador, que acaba sonado y en ambulancia tras una lluvia inopinada de golpes bajos y ganchos a traición que nos pillaron con la guardia baja, cazando moscas, directo al hospital del que no saldrá ya más sino como vegetal a las puertas de la autopsia, contra un cine brutal, perpetrado a martillazos de obviedades y personajes gruesos y sin cintura, caricaturas fantasmales y/o abyectas enfrentadas a pobres ángeles expulsados de malas maneras de un cielo injusto y cruel.
Esto sí que estaba amañado, más que la homilía infame de un cura infernal, casi tanto como el discurso contrito de un político recién salido de algún putiferio pagado por el otro, por el ciudadano, mucho me temo, o todo sea por la santa democracia y el bien común, hasta las trancas de culpas, sangre envenenada y mal vino, dispuesto a arrepentirse, esta vez de verdad, o ya veremos mejor cuando pasen la selecciones y escampe.
Amén.