Las escenas amatorias parecen de otra película, de una más mala si cabe todavía, qué torpes y chocarreras, tan clichés; la historia del marido con la huerfanita o parienta es rebuscada (como de folletín lisérgico) a la par que ya muy usada (a la vejez cuernos con jovencita, qué dolor, qué sorpresa, qué agonía); lo de actuar como vaca sin cencerro a partir de los cincuenta tampoco es obligatorio, no es un mandamiento, ni que te tomen por el pito del sereno, ni perder el tiempo es oro con conversaciones de adolescentes tardos ni escribir novelas de juzgado de guardia ni inventarse bobadas ni psicólogas o psiquiatras con ínfulas de la consulta de la señorita pepis o de la mula francis.
Ah, por cierto, mujeres del mundo libre, recordad, por si se os había olvidado por un momento, que los niños/hijos son una carga afrenta que nada aporta, el diablo los carga, te secan las tetas, te destrozan el cutis y te joden el vientre y luego además, por si no era suficiente con toda la retahíla, cuando crecen se convierten en un bulto sospechoso que solo molesta, no los tengas, ni se te pase por la cabeza, vade retro, malo, pupa, yuyu, no vale la pena, no sirve, no compensa, tu entereza y libre albedrío conserva, tu independencia y alegría, tu autonomía y no te sometas, no se lo merecen, nadie, ninguno, no les creas, sigue a lo tuyo, a machamartillo, por dios yo te lo ruego e incluso de rodillas te lo pido.
Sí, sí, solo hay un final.