Él huye como alma que lleva el diablo con la escopeta en ristre, atorado, montado en el carro, le disparan en todo lo alto, cae como un fardo, ipso facto, al suelo, a plomo, le han alcanzado, aquí no se libra ni el tato, se acercan los que le han tiroteadodo para in situ comprobarlo y vaya que si lo confirman, no hay duda, a ese fúnebre respecto, razonable, le han dado, sí, está muerto, es un finado..., bueno, pues al de un rato se levanta como si tal cosa, como tras la siesta, ni un rasguño, ni una mijita de sangre para disimular siquiera un poco, por aquello del qué dirán, na, así son las cosas y así se las hemos contado, ver para creer, un milagro.
Oficio narrativo que se dice. Clasicismo.
Lo demás es correcto, suman unos cuantos tópicos del Oeste, los rescoldos de la guerra de secesión, buenos y malos, indios, persecuciones mamporros, golpizas hermosas, tiroteos, caos, amor, pasión, descalzaperros, y los mezclan con sabiduría y economía, a la carrera, de forma tan plana y poco interesante como sin pega, con buena catadura, con saber estar y estupenda educación, respetando al espectador, sin volverse locos, sin miedo ni emoción.
No hay prácticamente nada que destaque o valga mucho la pena, tampoco lo contrario, lo cual es casi un piropo o tal vez no tanto, uno ya no sabe si es mejor no arriesgarse y contar y ya, ser honesto sin más, o si es preferible lanzarse al abismo del ridículo y pifiarla de veras, con ganas, sin pena. Es el dilema. Estilema.
En todo caso mucho mejor esto que cualquier tipo de propaganda o sermón poco enmascarado a los que nos tienen tan últimamente acostumbrados. Eso que ganamos. Mejor el chulo vacío que el chaparrón de idiocia o monserga la redundancia valga. Eso sí que lo tenemos claro.