La andadura del mártir por un mundo plagado de gratuitos infortunios. El cayo insano en la sociedad, que inmune al dolor distante se centra en el miedo propio.

El desamparo del exilio. La esperanza del retorno. El castigo del tiempo. Historias que destilan lágrimas para poder vivir del sufrimiento. La esperanza es algo que condena a la impotencia de morir.

El honor va más allá del escalafón social, pero menos que la dignidad por luchar desde los más hondo de la sociedad. Principios que se ahogan en masas maltratadas. Desinterés que marca el camino y encuentra orígenes a la deriva.

Escenarios de ensueño creados para la ocasión. Y cuando rueda Mizoguchi cualquier ocasión lo merece. Miyagawa inmortaliza la poesía de su director y regala inmejorables joyas visuales jamás rodadas con tanto estilo.

¡Que manera de contar historias! ¡Que manera de hacer cine!