Al pequeño de los Trueba hay que reconocerle su empeño artístico por seguir perteneciendo a "los ilusos" (nombre de su productora) en el mejor sentido de las dos acepciones de la palabra que se podrían resumir en buena voluntad e ilusión por lo que hace y como lo hace intentando preservar su libertad como autor. Claro que ser hijo de quien es ayuda "un poco".

Lleva ya un tiempo mareando la perdiz "rhomeriana" en su doble faceta de guionista y director sin que, a mi juicio, acabe de dar en el centro de la diana. A tenido que ser la navarra Itsaso Arana quien como actriz y guionista haya venido a poner todo en orden (menos los zapatos) para que, por fin, Jonás-Groucho Rodriguez lo consiga.

Madrid y su elenco habitual de actores brillan con este sol de Agosto como nunca en esta fábula de verano donde el tiempo parece detenerse en un "stand-by" que nos permite vernos y ver lo que nos rodea. Maria y aquellos con los que se topa en su deambular "Joyciano" y sofocante por un Madrid hormigueante y verbenero, con sus cristos, sus chulapos y sus estrellas fugaces, ya han llegado al ecuador de sus vidas. Ya llevan en su zurrón sus buenas dosis de desencanto e incertidumbre y es el momento de volver a desplegar las velas y confiar que el cambio de timón nos lleve donde sople el viento, que se refresque el alma y cambie el rumbo antes de que lleguemos a nuestro finisterre personal. Lo cuenta Jonás con admirable sencillez, cosa que no es nada fácil, e incluso se permite emular al maestro Renoir en el Jarama y no sale nada mal parado. Los días caen como hojas de un calendario vital confeccionado con momentos y encuentros que dilatan o acortan esos días de Agosto donde hasta el milagro de la concepción inmaculada es posible. Chapó.

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