Paradojicamente fue el éxito del merchandaising relacionado con la película dos años después de su estreno el que revalorizó esta cinta en la que en su día los propios estudios no confiaron mucho y la estrenaron en programa doble junto con "La tumba de las luciérnagas" (Isao Takahata). No funcionó bien en taquilla y la Academia de cine Japonés aún tardaría una década en reconocer las excelencias artísticas del cine de animación. Hoy es un clásico del curriculum del maestro Miyazaki cofundador junto con Takahata de los míticos estudios Ghibli que a sus 78 años sigue en la brecha y estrenará en el 2020 su decimoquinto largo.

Con connotaciones autobiográficas relacionadas con la enfermedad de su madre el mayor acierto de esta joyita es que captura con la sencillez de los cuentos el mundo de la infancia, donde los miedos, las ilusiones y la visión idealizada del mundo pasadas por el tamiz desbordante de la imaginación conforman un universo irrepetible que nos llena de nostalgia a esa parte de la población que hemos podido disfrutar de ella.

Totoro, nombre derivado de la mala pronunciación de Troll por Mei, es un ser tan increíble como la imaginación de esta niña y su hermana puedan desear y junto con él, con gatobus y otros personajes de su entorno nos harán soñar que todo es posible en un mundo mejor, donde las pequeñas cosas y la naturaleza esconden misteriosos secretos que hay que descubrir en múltiples aventuras que nunca volverán pero quedarán grabadas en nuestra memoria y en nuestro alma. Tiempos donde la revolución digital aún no había puesto cerco virtual a esa otra realidad insustituible como chapotear en un charco, mancharse de barro o abandonarse a las mil y una sorpresas de la naturaleza.

Miyazaki mira con añoranza a un estilo de vida de un Japón que ya nada tiene que ver con el del 88 y en mayor o menor medida su mirada es extrapolable a cualquier rincón del mundo y de nuestro espíritu. Mientras que Totoro esté ahí, no estará todo perdido.

cineziete.wordpress.com