El director inglés John Boorman (1933) hizo su presentación fílmica a los 32 años con una floja película sobre el grupo musical "David Clarke Five". Al año siguiente estaba en Hollywood ante el presidente de MGM que le encomendó sin mucho entusiasmo, según cuentan, que "hiciera un buen trabajo". Y con una estrella como Lee Marvin a la cabeza de la adaptación de la novela de la serie del delincuente Parker, escrita por el neoyorquino Donald E. Westlake (1933-2008) en el 62 bajo el pseudónimo de Richard Stark.

No he podido encontrar información de cómo pudo Boorman dar ese salto. El caso es que se puso a ello con la colaboración en el guión del propio Marvin. El resultado es una película de autor propia de los 60 enmarcada en cine de género gracias a la libertad creativa que el estudio le concedió a Marvin y este a Boorman.

La narrativa es atípica para el género y Boorman está más pendiente de dejar su sello estético e innovador que de un guión de venganza convencional donde la presencia férrea de Marvin que apuesta por hablar lo imprescindible y la siempre sugerente Angie Dickinson se bastan para mantener en pie el asunto y dejar que Boorman trastee con el color y el sonido.

La teoría de que en el fondo el irreal personaje de Walker nunca saliera de Alcatraz y solo sea la encarnación de un sueño de venganza de un moribundo, me seduce más y me cuadra mejor con la propuesta. El que no se conforma es porque no quiere. 

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