En su aspecto plástico, artístico y en la poderosísima belleza de sus imágenes, es donde la película es una auténtica obra maestra.

La exquisita fotografía de Alex Thompson y una onírica dirección artística de Assheton Gorton nos transportan inevitablemente a ese mundo mágico que el director nos propone. Las bucólicas escenas en el bosque, llenas de luz y acompañadas de pétalos de flores o burbujas de jabón, contrastan con el tenebrismo de la guarida del impresionante y terrorífico demonio rojo (Tim Curry).

De un metraje de 150 minutos, Scott tuvo que recortar casi una hora para hacer de su obra algo más rentable, debido a los graves problemas de rodaje tras un incendio en los estudios y una prolongación de tres años desde su inicio. En el montaje estrenado en salas estadounidenses, la magnífica banda sonora de Jerry Goldsmith fue sustituida por otra más infantil compuesta por la banda electrónica Tangerine Dream por razones igualmente comerciales. Un extenso presupuesto de casi 30 millones de dólares que no llegó a recuperar su coste, resultando un fracaso relativo en taquilla.

Mención aparte merece el diseño artístico sublime y extraordinario del "Señor de la Oscuridad", un gigantesco y musculoso demonio rojo con enormes cuernos que llega a asustar de verdad, al igual que otras criaturas perversas: trasgos, bruja del pantano, etc.

Hoy puede considerarse una obra de culto, una obra maestra visual y exquisita del genio Scott. Desde que la vi de niño en el cine, jamás he podido olvidar este cuento de hadas maravilloso, con reminiscencias del "Lago de los Cisnes", que recoge la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, el bien contra el mal.

Una película familiar, poco infantil, casi para adultos que merece mayor prestigio sin duda ninguna, debido a su excelente fotografía, música, diseño de producción, decorados y maquillaje.