Tras un segundo visionado, con una década de diferencia, he de decir que la experiencia ha sido pésima y un poco triste. La benévola neblina de la memoria hizo que la recordara como un espectáculo competente pero moralmente discutible por el tratamiento dado a los somalíes, una legión de desharrapados que son poco más que blanco perfecto [risas] para el plomo certero de los Rangers y Deltas, epítome del compañerismo, del tesón suicida y de abatir gente de color. Pues bien, no solo me reafirmo en considerar una cínica majadería el contraponer el heroísmo más-allá-de-todo de los soldaditos blancos con el caos animalesco de los somalíes (en ambos casos no se explica nada y no se hace el más mínimo intento de construir un relato lógico), sino que además me he aburrido como una ostra, amigo Ridley. El susodicho tiene oficio, y pulso, pero todos sus recursos fracasan si no tienes nada que contar: tras una primera media hora de presentación de personajes bastante anodina pasamos a 120 minutazos de sindios en las calles de Mogadiscio en el que un grupo de soldados corren sin parar, matan negros, pierden algún compadre, se esconden, corren, matan negros, rescatan, matan negros, son rescatados y, como si de una mala película de zombies se tratara, el aporte de negros (oh, sorpresa) con kalashnikov y nada interesante que decir parece infinito. Hombre, como recreación de combates urbanos muestra gran habilidad, pero como cine bélico (es decir, una narración) he de decir que desemboca en un tostón desolador, y al final da un poco igual lo que les pase a los Deltas y los Rangers.