Un gran clásico del cine de terror, y un excelente remake de la versión de 1933, algo anticuada y con una protagonista insoportable.
Todo en ella es inolvidable: la perfecta puesta en escena de André de Toth, quien nos obsequió con muchos momentos inspirados (spoiler), la belleza inocente de Phyllis Kirk, el humor negro que nos transmitía en todo momento, la participación de buenos secundarios y la imponente presencia de Vincent Price, quien gracias a su éxito quedaría encasillado (para bien y para mal) en las películas de terror de bajo presupuesto.
Resulta curiosa la participación de Charles Bronson en el papel del empleado mudo Igor.
Pero por encima de todo destacaba su truculenta e imaginativa historia, obra de Charles Welden, quien explotó nuestro miedo más primario a un escenario que siempre nos sobrecogerá, el museo de cera. Era la historia de un artista traicionado, que enloqueció al ver como se le arrebataba su gran pasión.
Fue una de las películas pioneras en la exhibición en 3D durante los años 50, una aventura que realmente no resultó demasiado exitosa y provocó más de un dolor de cabeza. Se puede observar que algunas de sus secuencias están diseñadas para impresionar al espectador en tres dimensiones, desde los títulos de crédito hasta el juego con la pelota del presentador del espectáculo.
En 2014 la Biblioteca del Congreso estadounidense declaró esta película de interés histórico y cultural. Pocas películas de terror pueden presumir de semejante distinción.