Algún día quizás sabremos por qué Terrence Malick se pasó 20 años sin rodar, entre Días del cielo y La delgada línea roja, y sin embargo desde 2011 hasta la fecha haya rodado ya 6 películas y algunos documentales. Le ha entrado un frenesí creador que los más fans del realizador de la excelente Malas tierras sin duda agradecerán, pero que para aquellos para quienes no sea santo de su devoción se les puede atragantar.
Es el caso de Knight of Cups, una película experimental rodada como si se hubiera grabado todo con una videocámara de las de antes y con una supuestamente sesuda reflexión sobre la soledad y la encrucijada vital de un personaje a quien da vida un Christian Bale que ni siquiera recibió un guion para hacer esto. Y ahí está el problema. Cuando tienes una imaginería y una organización de la "narración" con nombres de figuras de naipes, pero detrás de tanto simbolismo no hay nada, absolutamente nada, el experimento tiene un nombre: pedantería. Y encima con una duración injustificable y un ritmo infumable.
Se medio salva porque ver a los intérpretes que desfilan por la película siempre es un placer, y porque los planos en el desierto o Las Vegas son bellísimos, pero la película no cuenta nada, literalmente, y sus set pièces se suceden una detrás de otra sin que el público sepa si ha de prestar o no atención.
En fin...