La Sra. Lowrey y su hijo no hace justicia, seguro, a la vida de L.S. Lowry, uno de los más brillantes artistas del Reino Unido y de la pintura en general en el siglo XX.
Tampoco hace justicia al talento descomunal de su pareja protagonista, formada por Vanessa Redgrave y un Timothy Spall con un cambio físico espectacular. Ambos están muy por encima del resultado general de la cinta, tanto que, de hecho, el visionado se soporta gracias a ellos, a su química y a su pericia como dos actores que se las han visto ya en todas las situaciones, y que se valen de oficio para convertir cualquier cosa en una delicia.
Pero lo cierto es que la película no resulta en sí demasiado interesante. Todo se basa en conversaciones entre madre e hijo, y el resultado es un tanto pesado, sí, pero sobre todo algo falto de alma. El espectador nunca sabe por qué era tan importante contar esta historia, ni qué tenía de tan interesante la relación del pintor con su dominante madre. O, como él mismo se define antes de los créditos finales, un hombre que pinta. Ni más ni menos.
Suficiente, pero poco más.

Lo mejor: Spall y Redgrave, siempre excelentes.
Lo peor: No consigue interesar demasiado.