Su visionado puede volverse complicado por dos cosas; una porque es de esas películas que si has tenido un mal día pueden acabar por dejarte del todo hecho polvo, y la segunda porque se hace larga de narices.

Es un dramón. Tiene momentos muy duros que logran impactar, aunque me da la sensación de que dramatiza demasiado y alguno de esos momentos se ve incluso forzado, redunda en varias situaciones y acaba por aburrir porque más allá de esos contados golpes de crudeza, no ofrece nada más. Ni el guión es digno de mención, ni sus diálogos son memorables, ni la historia despierta gran interés. Tal vez la banda sonora de Hans Zimmer pule algo el resultado final pero tampoco esta cerca de sus trabajos más brillantes.

Una historia muy plana que ni las grandes actuaciones de una desquiciada e irreconocible Amy Adams, ni la veterana Glenn Close consiguen salvar. Ninguna desentonaria como candidata a mejor secundaria en la cercana y atípica gala de los Óscar 2021.

El final es terriblemente anticlimatico y desperdicia la última bala que tenía de ser algo más de lo que acaba siendo. Los últimos cinco minutos no me encajan con los ciento diez restantes, mueve el juego al lado opuesto de lo que creo que hasta el momento estaba siendo lo mejor de la cinta.

Ron Howard vuelve a dibujar sin salirse de las rayas, pero hay veces que en cine con eso no basta.