Clint Eastwood nos deleita poco después del estreno de El Intercambio con otra película pero esta vez no es una película con grandes aspiraciones como la protagonizada por Angelina Jolie, no es una gran historia de época, sino un drama intimista sobre un hombre en los últimos días de su vida.

Parece que Eastwood ha llegado a la cumbre de su carrera como director, es un maestro contando historias de manera sobria y elegante, no se puede discutir que ningún director vivo le supera. Cada estreno de una película suya supone un soplo de calidad a la cartelera que normalmente anda escasa de ella.

Como en el cine de los grandes directores, en las películas de Clint ya se observan ciertos lugares comunes, temas que se repiten, personajes que tienen muchas cosas en común con otros y ecos del pasado que no resultan repetitivos sino enriquecedores, es como sentirse en casa, en casa del "tío Clint", que está contando otra buena historia.

Clint nos vuelve a enseñar lo que significa matar, las secuelas emocionales que deja en el asesino y que éstas no se borran en la vida, algo que hace magistralmente como se ya se vio en Sin Perdón.

Walt Kowalski, el protagonista, tiene bastantes puntos en común con el William Munny de Sin Perdón y también, según dicen, de Harry El Sucio (de ésto no puedo opinar porque no he visto esas películas). De William Munny tiene el pasado que le atormenta cada día, el aspecto de tipo duro, el deseo de redención, la esposa muerta...

Gran Torino toca el tema del racismo en Estados Unidos, una tierra de inmigrantes en la que existe aún demasiado xenofobia, pero para ver una película que ahonde en el tema del racismo en el Estados Unidos actual sin duda es mejor ver Crash, porque Gran Torino es sobre todo la historia de un hombre anciano, las secuelas que le dejó su pasado, y su camino a la redención.