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Voto de Chris Jiménez:
7
Western El explorador Cable Hogue es abandonado en medio del desierto por sus crueles compañeros Taggart y Bowen, que le arrebatan la montura, el rifle y las provisiones. Después de caminar bajo un sol implacable durante cuatro días, cuando ya está al borde del colapso, nota que sus botas están húmedas... (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Cable Hogue salió tropezando del desierto como uno de los profetas antiguos, y en los grandes horizontes abiertos hizo un reino para un hombre! Era tacaño como el que más, hay quien dice que era violento. No era en realidad un hombre bueno, y no era un hombre malo...¡pero era un hombre!
Amén a eso.

Uno de los más atípicos "westerns" que jamás se realizaron fue, sin duda, "La Balada de Cable Hogue". Y su responsable es, curiosamente, el mismo tipo que un año antes se convertía en apóstol del crepúsculo gracias a la apocalíptica "Grupo Salvaje", obra de toque con la que consagraba su demolición del cine del Oeste. Efectivamente, aquel film hizo que Peckinpah escalara hasta los primeros puestos de los más grandes cineastas del momento, ganándose el aplauso de crítica y público por igual y recibiendo reconocimiento mundialmente.
Tras esto, el hombre decidió cambiar de aires y se encargaría del guión de John Crawford y Edmund Penney, una especie de réquiem tragicómico que nada tenía que ver con su anterior propuesta. Y como no podía ser menos en la carrera de Peckinpah, los conflictos surgieron durante un rodaje dispuesto en los desiertos de Arizona y Nevada lleno de problemas, primero aquejado por las malas condiciones climatológicas y luego por la recaída del director en la bebida; el despido de varios miembros del equipo y los altos gastos de presupuesto, aparte de mantener viva su fama de pendenciero, provocaron importantes roces con la Warner Bros..

Abandonado a su suerte por Bowen y Taggart, dos tiparracos que creía sus compañeros, el obstinado y valiente Cable Hogue deambula por los ardientes páramos sin sustento alguno y con la arena y el Sol como única compañía; tras rogar varias veces a Dios en vano y darse por vencido su surte cambia radicalmente. La causa de esto es que en mitad del desértico territorio ha hallado una abundante cantidad de agua enterrada, de lo que sin duda se aprovechará, no sólo con la idea de sobrevivir, sino de comenzar un negocio.
Tras hacerse con la extensión del terreno, Cable irá construyendo poco a poco lo que más tarde será una posada para las gentes que crucen el camino, con la espontánea ayuda de Joshua, un pintoresco predicador con más cara que espalda y un gran apetito por las mujeres. Mientras tanto, Cable intentará conquistar a una prostituta tan bella como caprichosa llamada Hildy que ha conocido en una ciudad cercana, aunque si hay algo que no se va de su mente es la venganza que juró tomar contra aquellos dos bastardos que le dejaron tirado en mitad del desierto, y con los que espera encontrarse pronto.

A pesar de ese comienzo engañoso que a todas luces nos anuncia un salvaje "western" de venganza, "La Balada de Cable Hogue" va por unos derroteros que somos incapaces de imaginar. Peckinpah puede que no cambie de escenario, pero sí de registro. "Grupo Salvaje" era una aventura trepidante, llena de acción y violencia; ésta que nos ocupa, sin embargo, se revela como un drama muy humano con dosis de humor irreverente y puntualmente disparatado, que a veces incluso recuerda a los films de Russ Meyer, y con guiños al "spaghetti western", dejando a un lado esa descarnada violencia que tanto inundaba las obras del director y hasta sustituyendo su habitual "slow motion" por escenas a cámara rápida que acentúan el tono cómico.
De todas formas, no desaparecen ni su misoginia, ni sus personajes cínicos, ni su fuerte crítica a la ética y a la religión (bueno, aquí se queda a gusto con el personaje del predicador) ni, por supuesto, su poesía impregnada de amargura y melancolía, escenificada en ese Oeste donde las personas ya empiezan a abandonar los pueblos para ir a las grandes ciudades y en el que los automóviles, como aparecía en "Duelo en la Alta Sierra", empiezan a reemplazar a los carros de caballos (un coche será la causa de la desgracia del protagonista...).

Uno de los actores frecuentes del universo "peckinpahniano", Jason Robards, ofrece una de sus grandes actuaciones, tan divertida como dramática, y repitiendo, en cierto modo, el papel que hiciera dos años antes en "Hasta que Llegó su Hora". A éste le siguen la despampanante Stella Stevens, David Warner en un personaje impagable y otros habituales del director como L.Q. Jones, Slim Pickens o Strother Martin.
"La Balada de Cable Hogue", pese a su narrativa confusa y su tremenda irregularidad, es una buena muestra, a la vez dura y poética, de esas obras crepusculares que anunciaban la muerte del cine del Oeste. Para mí permanece entre los "westerns" más extraños que he visto junto con "Infierno de Cobardes", de Clint Eastwood, y la italiana "Los Cuatro del Apocalipsis", dirigida por Lucio Fulci.
Chris Jiménez
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