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Voto de Chris Jiménez:
7
Thriller Marceau (Lino Ventura), un enérgico y competente policía, arresta fortuitamente al hijo de un influyente abogado, que promete vengarse. El inspector Marceau es trasladado a una comisaría de barrio. Allí conoce a Jeanne Dumas (Marlène Jobert), una policía novata con la que formará equipo para luchar contra los pequeños delitos que se cometen en el barrio. Mientras tanto, la jerarquía policial se encuentra en un grave aprieto: debe ... [+]
4 de agosto de 2022
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última mirada que le echa Jeanne a Marceau tras éste proferir, casi como un susurro de angustia, "De todas formas es muy tarde", produce una desolación que desgarra el hígado.
Es una mirada que lo transmite todo: impotencia, decepción, abatimiento, soledad y dolor, mucho dolor...

La cámara parece recrearse en este dolor, el cual se puede interpretar como una violación a la esperanza, aún más, a la esperanza de que las fuerzas del orden, a la que ambos pertenecen, son la máxima institución de la protección a la sociedad contra las fuerzas del Mal; contra ellas han estado luchando desde el principio y cuando la lucha parecía ganada sus propias manos han sido las que han colgado la soga alrededor del cuello de las víctimas. Esta mirada resulta más devastadora si recordamos que poco antes Jeanne aseguraba a la pequeña Marie que trabajaban para proteger a la gente...
Joseph Damiani (o José Giovanni) siempre ha sabido imprimir a sus obras, tanto las literarias como las cinematográficas, ese hálito de desesperanza y negrura, siempre planeando sobre una sociedad gris donde nadie puede confiar en nadie y el destino juega en contra de los idealistas, sobre todo al estar manejado por crueles desalmados. Lo volverá a dejar patente en su adaptación del libro del periodista y autor de novela negra norteamericano Joseph Harrington, "Last Known Address", primero de una trilogía sobre las peripecias detectivescas del sargento Frank Kerrigan y su joven acompañante Jane Boardman, transmutados en Marceau y Jeanne.

Angiolino Ventura vuelve a trabajar con el de París tras "Caza sin Cuartel" pero en un contexto muy distinto pese a un tramo inicial que puede llevar a engaño; los primeros minutos sólo son una presentación del protagonista, situaciones encadenadas a ritmo de vértigo y al estilo de un "opening" de una serie de televisión contemplando a este Marceau Leonetti como la fuerza más imparable de la policía francesa, un detective duro, clásico del "noir". Por desgracia algo se cruza en su camino que acaba con este prólogo tan fantasioso y con su excitante carrera, algo más poderoso que el poder de sus puños: el poder de la corrupción institucional.
A partir de ahora sobre la mirada que observa estos temas, situaciones y escenarios pesa un marcado cinismo, hasta el mismísimo final. Entonces la historia se estanca en el tedio, como sucede con la existencia, ahora apartada y solitaria, del otrora súperdetective, hasta que un nuevo caso, perfecto para él, asoma: encontrar al testigo de un asesinato perpetrado por el jefe de una banda criminal y que lleva escurriéndose de los dedos de la policía durante años. Nuevo vistazo a la desfachatez del cuerpo: si bien el superior de Marceau dice confiar en él para encontrar al desaparecido Martin, aun contando con pocos días para ello, en realidad parece estar preparándole como cabeza de turco si la operación falla...

¿Quién mejor que un inspector degradado como él? Por fortuna se le añade una compañera, la joven Jeanne (con el carisma y esa preciosa carita de Marlène Jobert que siempre me ha vuelto loco), y también, por fortuna, la relación que se va cimentando entre ambos no va más allá del cariño y el respeto profesional, evitando el cliché de un romance que sí se habría dado en una película estadounidense. Lo consiguiente es lo que cabe esperar de un proceder policial a ras de acera, narrado a la manera de Chabrol o Melville, con un cuidado extremo por el desarrollo del argumento y los personajes, sin sobresaltos ni irrupciones impertinentes y un estilo áspero, de poética melancólica.
En su incansable deambular por el laberinto urbano parisino, desde los barrios concurridos a los suburbios, atravesando el boulevard de Bonne-Nouvelle, la calle de la Glacière y la Avenida d'Italie hasta patear el derruido distrito Belleville o los embarrados pavimentos de Docteur Lucas-Championnière, el adusto inspector y la idealista detective se introducen en toda clase de locales y edificios del sistema social/burocrático/institucional y entrevistan a todo bicho viviente que tenga relación con el caso o conozca al testigo desaparecido (de primeras un mero "macguffin", como el villano Soramon, hasta que hagan su repentina entrada).

Mientras tanto la mala suerte les persigue en forma de matones de la banda. El operador Étienne Becker traza una paleta de colores bastante neutra pero de algún modo bella, dejando a París bajo una luz entre grisácea y azul munsell, los tonos perfectos para la radiografía pausada y rica en detalles que hace la cámara de Damiani del entorno urbano, exponiendo a esta luz ambigua los seres que pululan por él, de la más diversa condición y posición, pero todos con algo en común: el recelo hacia la figura policial.
Como bien explica el sr. Loring, los policías se esconden, para atacar, castigar, y luego mentir sobre lo ocurrido. Visión pesimista que se da de bruces con el idealismo ingenuo de Jeanne, y el cual, mientras los testigos y las direcciones se acumulan sin cesar, empieza a desmoronarse como su estado emocional y psicológico (interpenetrando en ésto será la única vez que se quiebre la sobria estética formal de la película).

La única luz esperanzadora (para ella, no para su veterano compañero, que ya es parte de esa atmósfera deprimente) la aporta Marie, la niña de quien todos hablan pero jamás veremos hasta llegado el último tercio, con los protagonistas habiendo pasado por el agotamiento, la desilusión y, cómo no, la despiadada violencia...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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