Parecía claro, e incluso comprensible, que después del inesperado éxito que acompañó en su día a estos “Campeones”, la secuela no tardaría en llegar. Javier Fesser no ha podido resistir la tentación de estirar el chicle de su exitoso equipo, aun a sabiendas que este tipo de segundas partes acostumbran a ser tan generosas económicamente como pobres en el terreno artístico. Y si bien es cierto que esta “Campeonex” conserva alguno de los méritos que atesoraba su predecesora, hay que reconocer que por el camino ha perdido buena parte de la frescura y espontaneidad que hicieron del film de 2018 una comedia brillante. Se adivina en Fesser la intención de acercar la historia a las nuevas generaciones, de darle una capa de barniz woke tan al gusto del cine que se factura estos días, de adaptarlo, en definitiva, a los más jóvenes consumidores de contenido online. El cambio de entrenador a entrenadora sería el más claro ejemplo, y aunque no hay nada que reprochar a la interpretación de Elisa Hipólito, la ausencia de Javier Gutiérrez es un lastre del que la película no se puede deshacer a lo largo de su (excesivo) metraje. No obstante, persiste en la continuación el poder reivindicativo de un grupo de personas que se resisten a permanecer ocultos en una sociedad que les mira de reojo, verdadero motor de todo el proyecto. A golpe de humor punzante, de lecciones de compañerismo y dignidad grupal consiguen que la nave no se hunda más de lo inevitable, aunque, en el global, sobren grandes dosis de previsibilidad y subrayados. Sin poder evitar el sabor a fórmula repetida, podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que la versión boomer supera con creces a la millenial.

Lo mejor: el espíritu de grupo se mantiene intacto.

Lo peor: la competición final, tan interminable como poco emocionante.