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Voto de Natxo Borràs:
7
Intriga. Thriller El multimillonario Nicholas Van Orton (Michael Douglas) tiene todo lo que un hombre puede desear. Pero Conrad (Sean Penn), su díscolo hermano, aún es capaz de encontrar un regalo de cumpleaños que pueda sorprenderle: su ingreso en un club de ocio capaz de diseñar a su medida aventuras y pasatiempos exclusivos.
18 de noviembre de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como multimillonario, Nicholas Van Orton (Michael Douglas) vive en una lujosa mansión propiedad de su familia, especula, absorbe y se come otros negocios mientras su fortuna se engrosa cada vez. Pero es un hombre frío, solitario y aburrido en que su tarta de cumpleaños se reduce a una pequeña madalena bañada en chocolate acompañada de una helada copa de champán caro… Su hermano Conrad (Sean Penn) es todo lo contrario de lo que representa: irresponsable, viajero, víctima potencial de las drogas pero que sin embargo le quiere y le ofrece un regalo especial de cumpleaños… Una tarjetita de presentación de la misteriosa firma RCS… A partir de allí la vida de Nicholas va a ser más movidita, complicada y peligrosamente extrema.

Todo un experto en recrear atmosferas angustiantes y opresoras acuñadas con un guión intrigante que mantiene en vilo, David Fincher (Alien 3; El Club de la Lucha) rodó uno de sus mejores trabajos al lado de un Michael Douglas que simula ser una extensión más fría y sobrecogedora de su caracterización de Gordon Gekko en “Wall Street” (1987) de Oliver Stone, aquí reconvertido en un hombre sin escrúpulos cuyos modos se ven alterados ante las inminentes situaciones en las que se ve comprometido.

Fincher juegas con sus cartas y en la mesa deposita el thriller, el susto e incluso roza el terror en unos escenarios sórdidos, casi nocturnos, enmarcados por la apoteosis de la tecnología, la modernidad y el prototipo de ciudadano urbano, estresado y angustiado llevado al límite de lo insospechable. El factor, o factores, sorpresa se adueñan de una película realizada expresamente para jugar con los nervios del espectador pero sin alcanzar las cotas surrealistas que Fincher nos depararía en su posterior “El Club de la Lucha” (Fight Club, 1999).
Natxo Borràs
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