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España España · Madrid
Voto de keizz:
8
Drama Con las crecidas de primavera, el río Enguri se precipita sobre las tierras bajas de Kolkheti y, antes de lanzar rocas y limo al mar, las acumula aquí y allá en medio del río. En pocos días, incluso de la noche a la mañana, de estos escollos nacen grandes islas, cuyo suelo es rico y fértil. Un anciano de Abjasia y su joven nieta deciden plantar maíz en una de esas islas. Pero los soldados georgianos andan cerca. (FILMAFFINITY)
28 de mayo de 2015
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abjasia se encuentra entre Rusia y Georgia, pegando al Mar Negro. Tras la guerra de 1992, Abjasia se autoproclamó república independiente, pero Georgia y el resto de naciones (salvo Rusia) no la considera más que una república autónoma, perteneciente a Georgia. Y así están las cosas, es un territorio de guerra latente, como Osetia del Sur. Aunque oficialmente no haya guerra, soldados rusos, abjasios y georgianos patrullan habitualmente la zona, y los enfrentamientos son más frecuentes de lo que trasciende.

El río Enguri es la frontera entre Abjasia y Georgia. Cada primavera, el río trae suelo fértil desde el Cáucaso hasta las llanuras de Abjasia y Georgia, creando pequeñas islas, trozos de tierra en el río, entre ambos territorios, en terreno de nadie. Un día, un viejo granjero de Abjasia llega con su barca a una de estas islas. Tras comprobar que se trata de tierra fecunda, decide trasladarse allí con su nieta adolescente, construir una cabaña y sembrar maiz.

La película enamora a primera vista. En la escena inicial. Una barca rudimentaria navega por el río Enguri. En su interior se aprecia la figura de un hombre viejo que rema de pie. Es de noche pero hay esa luz que precede al amanecer. La niebla completa el espectáculo visual. Del espectáculo sonoro se encargan los golpes de remo al entrar en agua, las gotas que salpican, las hojas de la vegetación que mueve el viento en la ribera del río, y hasta el propio silencio contribuye al espectáculo sonoro. La belleza del comienzo es decisiva, porque te embelesa y hace que te quedes prendido a la pantalla sin más expectativas que continuar haciendo disfrutar a los sentidos.

Porque estamos ante una película diferente. Se diría que no pasa nada. O que lo que sucede es simplemente ver pasar la vida. Asistimos al modo en que un viejo construye una cabaña, la manera en que remueve la tierra a golpe de pala para sembrar el maiz, la forma en que enciende una hoguera, cómo pesca peces y los prepara para comer, la nieta que trata de negociar el pudor de la pubertad con la necesidad de lavarse en el rio, unos soldados que pasan y saludan, otros que miran desde la orilla a la nieta… en fin, situaciones cotidianas, nada peliculeras. La vida en esa microisla, sin más.

Hay que tener paciencia con la película. Ella no tiene prisa, y el espectador tampoco debe tenerla. Sentarse y disfrutar, sin esperar nada. Hacia el minuto 22 de película se oyen las primeras palabras. La nieta le hace dos preguntas al viejo. El le responde. Habrá que esperar casi otra media hora para escuchar las siguientes palabras. Esta economía de diálogos es chocante y desconcierta. Oyes el viento, el fuego quemando la leña, los disparos de los soldados, los martillazos del viejo con los clavos construyendo la cabaña, pero hablar, casi no se habla. Miradas, gestos, austeridad comunicativa.

Todo se centra en la lucha del hombre con la naturaleza. El viejo tiene que trabajar contrarreloj porque no se sabe cuantos meses tendrá para sembrar y recolectar el maiz, antes de que se produzca la crecida del río y desaparezca la isla engullida por las aguas. Su esfuerzo por construir la cabaña, sembrar el maiz, ocuparse de las tareas cotidianas se hace mayor al tener que estar también pendiente de su nieta, que justo en esos días hace el tránsito de niña a mujer, y de los soldados de uno y otro bando, que vienen y van, y complican aún más su tarea.

Es inevitable acordarse de la maravillosa “Mandarinas”. Y llama la atención que haya dos películas en cartelera al mismo tiempo con la guerra georgiana como elemento común. Además, en ambas el protagonista es un viejo. Por lo demás, nada que ver.

Dirigida por el georgiano George Ovashvili, “Corn island” también llama la atención por ser una coproducción multinacional. Concretamente Georgia, Alemania, Francia, República Checa, Kazajstán y Hungría comparten la titularidad del film.

Excelentes interpretaciones por parte de Ilyas Salman y Mariam Buturishvili, pero sobre todo impacta la sensacional fotografía de esta película, fascinante en cada plano, y que ayuda enormemente a que el espectador no abandone la atención del film, dada la escasez de diálogos.

Pero no se trata solo de contemplar la indudable belleza de las imágenes. La película tiene más, mucho más. La nieta adolescente es la clave. Ella está despertando a la vida, el abuelo lo sabe y tiene que estar alerta. Los soldados merodean al otro lado del río y no la quitan ojo. El maiz va creciendo, la guerra está presente, y poco a poco, lo que parecía una película simplemente contemplativa va cambiando. La sensación de peligro va entrando poco a poco en el espectador. No pasaba nada, y empiezan a pasar cosas…

No recomendaría esta película a casi nadie. Es demasiado especial. Demasiado poética. Demasiado metafórica. Es el arte por encima del espectáculo. Hay planos de una belleza extraordinaria, una expresividad desbordante, que estimulan los sentidos y nos hacen partícipes del inmenso poder de la naturaleza de un modo desgarrado y arrebatador.

Salí del cine sabiendo que había disfrutado mucho pero sin saber exactamente si era una gran película o simplemente me había gustado a mi porque había conectado bien con ella. A estas alturas, sigo sin saberlo. Pero ya no me importa. Si resulta que no es buena y es cosa mía, bendito sea mi mal gusto.

“Corn island” es humilde y minimalista. Para algunos espectadores, seguro que aburrida. Para mí, una valiosa experiencia, una película especial.

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keizz
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