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España España · bilbao
Voto de ernesto:
7
Drama Basada en hechos reales. Philomena Lee, una adolescente irlandesa que vivía en un internado de monjas, se quedó embarazada y se vio obligada a dar a su hijo en adopción. Cincuenta años después, decide contárselo a su hija y se pone en contacto con un periodista de la BBC para que le ayude a contar su historia y a encontrar a su hijo. (FILMAFFINITY)
8 de marzo de 2014
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Han pasado más de veinte años, pero cada vez que oigo el nombre de Stephen Frears me siguen viniendo a la mente los títulos de Las amistades peligrosas y Los timadores. Es cierto que su cine despuntó de manera notable a mediados de los ochenta, pero fue precisamente en la época en que se estrenaron las dos películas que menciono cuando yo empecé a tomar conciencia de que el cine era algo más que Gremlins, Cazafantasmas o viajes al futuro. Y esto fue, precisamente, gracias a estas dos películas de Frears, entre muchas otras de aquella época. Películas que vistas recientemente siguen siendo tan grandes como recordaba. Desde entonces no ha vuelto a dirigir Frears nada que supere en mi recuerdo a estos películas, por más que las lejanas Héroe por accidente o Mary Reilly, y la más reciente The Queen sean películas notables (en el caso de las dos primeras tendría que revisarlas para mantener esta afirmación).
El caso es que su última película, Philomena, probablemente sea una de las películas de las que más se está hablando y escribiendo (junto a The Queen) en toda su filmografía desde aquellos años. Aunque eso no necesariamente quiere decir que Philomena sea una gran película (que no lo es). Más bien quiere decir que por primera vez en mucho tiempo, Stephen Frears ha conseguido tocar las teclas adecuadas para llegar a un sector muy amplio del público. La película se ha paseado desde el festival de Venecia hasta la alfombra roja de los Oscar.
Basada en una historia real, más de actualidad que nunca, Philomena cuenta la historia real de Philomena Lee una mujer que, ya de anciana, decide confesar a su hija que cincuenta años antes, siendo una adolescente sin recursos, dio a luz un hijo en la clandestinidad de un convento, y que este fue vendido por las monjas que la custodiaban. A partir de ese momento, y con la ayuda de un periodista que ve en esta historia un filón sentimental del que valerse para retomar una alicaída carrera, Philomena Lee recorrerá un largo camino, físico y emocional, tras el que, tal vez, encuentre aquello que busca.
No hay que ser muy listo para adivinar que tras esta historia se esconde un drama de alto contenido humano y sentimental. Algo que si no se sabe gestionar bien puede hundir la película pese a las buenas intenciones que sus creadores pongan en el empeño. En este aspecto diría que el guion, escrito por el coprotagonista Steve Coogan, es bastante más comedido y sutil de lo que cabía esperar, con alguna salvedad hacia el final (la escena de la confesión de la monja). La historia transcurre siempre en un tono ligero que camufla en parte la gravedad de los hechos, evitándonos excesos dramáticos, que en algún momento, incluso, podríamos echar de menos. Al final, la posición que adoptan los dos protagonistas nos da una nuevo enfoque, más interesante, desde el que valorar una película que no asume prácticamente ningún riesgo que la diferencie de un telefilm de lujo.
Es ese sentido la presencia de Stephen Frears tras la cámara se limita a ser meramente funcional, aplicando previsibles dosis de buen gusto, y dejando que la fuerza del relato recaiga en sus intérpretes. Si bien Frears nunca se ha destacado por imprimir un estilo personal a sus películas (tal vez solo a las primeras), es cierto que de un tiempo a esta parte se le ve un poco estancado (Mrs Henderson presenta, Cheri).
Desde que a finales de los 90 Judi Dench se erigió en presencia indispensable para cualquier película con pretensiones de Oscar que se precie, pero tengo que reconocer que verla en pantalla es un placer enorme que está por encima de la calidad de la película. El magnetismo que me provoca no tiene explicación, y es solo comparable al que me produce Tilda Swinton. Su interpretación de Philomena Lee se acaba adueñando de la película y, sin alardes de ningún tipo, consigue un prodigio de sutileza y emoción (ver la escena clave del final). Gracias a ella (y en menor medida también al trabajo de Steve Coogan, e, incluso, del compositor Alexandre Desplat), Philomena se eleva por encima del discreto nivel que alcanza.
ernesto
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