Lo sabemos todo. Sorpresas, las mínimas. Sabemos a qué nos atenemos cuando vemos una película así. De todas formas, eso no quita que, en realidad, sea un sub-producto nacido gracias al éxito de Scream, pero con nula originalidad pese al guionista Kevin Williamson (que aquí demuestra que es un tío mediocre al que le salió muy bien la jugada en Scream -en las dos primeras entregas, muy interesantes-).

Todo resulta obsoleto y torpe, narrado sin garra y escasísimo en alicientes. Es un (mal) ejemplo de lo que puede llegar a ser el género de terror en los tiempos que corren, y posiblemente decepcione incluso a sus incondicionales.

La película, además, es terriblemente olvidable. Pocas veces me pasa eso con una película, que conste...

En fin, hay poco que decir dado el material. Una película que se agarra a todos los tics del género para encontrar su aburrido esquema narrativo, donde los adolescentes de turno hacen la tontería del verano que desemboca en la matanza del (siguiente) verano. Y morirán, claro que morirán, y gritarán, y se pegarán sustos de la leche, y podremos adivinar el orden de sus sangrientas (y sosas) defunciones según avanza el metraje.

Lo peor, a decir verdad, es que se toma demasiado en serio a sí misma, y así le va... El encanto de Scream se ha esfumado. Una pena.