Un buen guión que Katharine Hepburn intuyó que podría convertirse en uno de los mayores éxitos de su carrera y sobre todo dar de ella una imagen distinta y quizás menos “estirada”, algo en lo que también acertó.

Porque la película va de muchas cosas, de divorcios y de bodas (dejémoslo en este orden), de famosos y periodistas, de ricos, poderosos y orgullosos, de sonrisas afectadas e íntimos llantos, de quien bien te quiere te hará llorar, etc. Pero sobre todo la película trata sobre la imagen que transmitimos hacia el exterior especialmente cuando somos tiránicamente exigentes con nosotros mismos. Esa es sin duda la gran lección de Tracy (Katharine Hepburn), la que le dan sucesivamente su ex marido (Cary Grant), su padre (John Halliday) y su prometido actual (John Howard).

No he citado aún a James Stewart y es que lo bueno se hace esperar. Su interpretación es magnífica. Tan magnífica como su carrera cinematográfica que ha ido impregnando de profesionalidad y calidad todas las obras en que ha participado. Le da auténtica vida al personaje y no sólo lo digo yo sino que también lo reconocieron los prohombres de Hollywood otorgándole un merecidísimo Oscar.

Y como no podía ser de otro modo, participando Cukor y Mankiewicz, los díálogos son realmente buenos. Irónicos, mordaces, caústicos y llenos de sofisticación, como esa jet que tratan de representar. El Oscar al guión adaptado también muy merecido.

Resumiendo, no tengo claro en absoluto, si la interpretación del trio de ases (Hepburn, Stewart, Grant) hace los diálogos más contundentes si cabe ó si la rotundidad del guión impulsa el valor creativo de la interpretación. Pero en lo que no cabe ninguna duda es en la resultante de ambas fuerzas es una obra cinematográfica que forma parte por derecho propio de los anales del mejor cine de todos los tiempos.