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España España · Madrid
Voto de McTeague:
8
Intriga. Drama. Romance Cuando su padre se vuelve a casar, un niño se ve obligado a entenderse con su madrastra y sus hermanastras. (FILMAFFINITY)
9 de abril de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El crítico y teórico francés Jean Mitry dijo de esta película que era la que él salvaría de la quema si pudiera quedarse solamente con una película de los años 20 franceses, lo cual ya es decir, teniendo en cuenta que por allí andaban nombres como Abel Gance, Jean Epstein, Luis Buñuel, Germaine Dulac… y hasta el gran Dreyer regalando al cine francés una de sus obras maestras.

También andaba por allí Jacques Feyder, con un ojo (o quizá solo medio) en los círculos vanguardistas de su tiempo, y otro puesto en el cine americano más netamente narrativo, con Griffith como gran maestro y como principal influencia en esta película, “Rostros de niños” en su título original, que cuenta la pequeña historia de un chaval de un pueblo alpino y su manera de afrontar la muerte de su madre y el nuevo matrimonio de su padre con otra mujer.

Vemos muchas cosas del gran Griffith aquí: la tendencia a retratar vidas sencillas y rurales antes que vidas sofisticadas, el gusto por captar con la cámara impresionantes paisajes naturales que tendrán su protagonismo en la historia, y hasta esa forma de encaminar la narración hacia un clímax angustioso que implica un intento de salvamento (o no) de último minuto; pero también vemos muchas cosas originales y ajenas a Griffith: la anécdota es mínima, no hay, en absoluto, acumulación de episodios dramáticos que hagan avanzar la trama, y el tempo es mucho más contemplativo que en el americano, dejando que el retrato de personajes y la descripción de lugares, costumbres, sentimientos o pensamientos se imponga a la narración. Es una película más reposada y psicológica que las de Griffith, y gracias a eso transmite una sensación de serenidad y sencillez que son su mayor virtud. Es, también, una de las pocas películas de su época que yo haya visto asumir radicalmente el punto de vista de un niño (que no es lo mismo que hacer películas con niños), con un uso insistente y muy perceptivo de la cámara subjetiva (la escena inicial del funeral es expresiva como pocas) y gran lucidez al retratar sentimientos para nada simplificados o dulcificados.

Así, con esas virtudes con “s” (serenidad, sencillez, sinceridad), Feyder logró una película de una calma y calidez inusitadas, que hasta roza en momentos lo poético y lo espiritual, aunque también bordee en ocasiones (pocas) lo ñoño. Es normal que, ante la extremada sofisticación de las películas que hacían todos esos otros nombres que he citado, Jean Mitry cogiese cariño a la película de Feyder, como una rareza de su tiempo, y si bien quizá sea algo hiperbólico declararla la mejor de su época, no es menos cierto que merece ser redescubierta, vista y querida tanto como sus coetáneas más famosas.

Y un defectito: Feyder debió confiar más en la fuerza de su estilo y la inteligencia del espectador: hay bastantes intertítulos de los que podría haber prescindido perfectamente, que todo estaba dicho ya con la imagen.
McTeague
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