Amores Perros es una cruda y durísima película en la que Iñárritu y Arriaga, inspirados en su México más profundo (literal y metafóricamente), nos cuentan tres tramas cruzadas (la sombra de Tarantino es y siempre será alargada) con dos temas principales que para mí son: las relaciones personales complejas y la naturaleza humana. Con una simbología clara, se nos muestra desde el principio que los perros van a tener un papel fundamental y que, además, van a ser una constante de los tres episodios. Y es que, se utiliza a los perros como metáfora perfecta del ser humano, más concretamente de su bondad, pero también de su naturaleza.

En una primera historia se nos muestra la difícil relación entre dos hermanos y la mujer de uno de ellos, de familia muy humilde y desestructurada, cuyos únicos ingresos provienen del mundo delictivo. La relación presenta ciertas referencias a los personajes bíblicos Caín y Abel, aunque de forma bastante libre. Esta primera historia, más que criticar, para mi gusto, tan solo expone la dura vida de los barrios marginales de México y de las familias que a duras penas logran mantenerse a flote. Tras un desarrollo madurado pero firme, esta primera historia se une a la segunda en el momento fundamental de la película. Esta segunda historia nos muestra una relación idílica entre dos personas que lo tienen todo en la vida, pero que ante un problema de la vida común van a verse inestables, hasta el punto de perder el control. Aquí sí que veo más una crítica, al adulterio, al mundo lujoso de la alta sociedad y a las relaciones artificiales. Por último, tras este segundo acto más crítico, se nos presenta la historia de un personaje de moral cuestionable y de dudosa salud mental, pero cuya empatía con él es total y se mantendrá intacta pese a todo lo que va a acontecer. Este personaje es clave, pues es el único ileso en el momento de unión de la película, actuando como espectador, pero también como actor. Esta última historia juega con una parte más sentimental en la que se expone una difícil relación padre-hija, pero también otra más oscura, en la que el protagonista actúa de juez, jurado y ejecutor de una manera ácida y genial.

Esta película (y no solo la película, también su perfecto guión) es maravillosa por muchas razones: primero por la simbología de los perros, que aumenta su intensidad historia a historia (cuando parecía que el inicio no podía llegar a ser más violento) hasta llegar al punto álgido en la tercera trama (un momento dramático simplemente excepcional); segundo porque, pese a ser una película de historias cruzadas, no tiene la típica forma suceso-desencadenante, aunque sí que es verdad que el momento de unión es importante, ya ha habido consecuencias previas que han marcado el devenir de los personajes de manera unilateral; tercero, por el constante goteo de intromisiones de unas historias en otras sin que sean hechos fundamentales para el desarrollo y que introducen de forma muy natural una trama en otra para que la segunda y tercera no nos pillen de sopetón, muy buen recurso; cuarto, por los pequeños detalles y metáforas de cada drama: como por ejemplo que en la segunda historia vivan en frente del cartel, que cuando desaparece el perro empiecen los problemas, las llamadas anónimas que generan desconfianza, la entrevista de televisión en la primera, y un largo etc.; quinto y último: la simetría de la película, que abre con una historia de hermanos para cerrar con otra de la misma índole en la que explícitamente se hace referencia a la historia de Caín y Abel.

Por decir algo técnico, comentar que la fotografía es muy personal, Iñárritu rueda de una forma tan natural que te sumerge en su mundo, haciendo de narrador perfecto, y mostrándonos detalles muy crudos, pero también bellos. La música de Santaolalla colorea a la perfección esta postal de Iñárritu con momentos puntuales pero intensos.

Una obra maestra personal, necesaria e imprescindible.