Stacy Title estaba una tarde aburrido en casa y claro, siendo director de cine o eso dice su DNI, pues comenzó a pensar sobre qué iría la historia. Pero en esto apareció su hijo pequeño y quería que lo llevara al parque y allí se fue. Pensó que tendría un rato libre para pensar. Que equivocado estaba, una madre habladora le comió la oreja toda la tarde y el pobre hombre no pudo tan siquiera ni comenzar a idear algo.

Por la noche después de cenar, se dijo que era el momento idóneo para llevarlo a cabo, pero nooooooo, su mujer caprichosa, comenzó a contarle ese fin de semana con su madre y hermanas hasta altas horas de la madrugada, hasta que le venció el sueño.

Al día siguiente se levantó a las 9 de la mañana y a las 10 tenía que ir a la productora y presentar el proyecto, ¿qué hizo? Pues comenzar a recordar las típicas películas de terror que le habían gustado y pilló un poco de cada una. El traje de uno, la cara de otro, los sustos, los sonidos, la trama, los jóvenes, etc. Es como si Arguiñano es contratado para un menú espectacular y a última hora se limita a tirar en la sartén todo lo que hay en la nevera, sin tan siquiera buscar la combinación de sabores.

Nunca digas su nombre es la típica película que a los 20 minutos sabes que has cometido un grave error al meterte a verla y que ese tiempo y ese dinero no lo volverás a recuperar jamás. Como decimos en mi barrio, una mierda pinchada en un palo.