La verdad es que me ha costado su tiempo, que por diversas razones que no vienen al caso, esta película a punto ha estado de desaparecer de la cartelera y en consecuencia de habérmerla perdido en la gran pantalla, y ahora sé que lo habría lamentado.

Por lo que había oído, y sobre todo imaginado, pensaba que iba a ver una película a estilo de "Memorias de Africa", es decir, mucha y buena fotografía de exteriores; música grandilocuente; historias de amor a lo clásico, de contención y emoción a tiempos iguales; animales; y muchos, muchos, metros de metraje. Y sin embargo no ha sido así: culpa mía no haberlo intuido, y podía haberlo hecho ya que conozco y aprecio esa obra tan rotunda y moderna del mismo director como es "Moulin Rouge", con Nicole Kidman también a la cabeza de los títulos de crédito.

La película comienza de forma bastante anárquica, con planos de ángulos imposibles, con un montaje analítico digno del mismísimo Eisenstein, con planos muy breves, actores histriónicos, desorden argumental, música estridente. Poco a poco, las cosas se van encauzando y se van desarrollando dos historias de amor maternal y conyugal en paralelo que nos llegan a conmover, al igual que hay dos películas, que se complementan, en una.

El mundo mágico de los aborígenes y el mundo australiano anglosajón se van engarzando sin estridencias, y en todo momento ese lenguaje cinematográfico que parecía tan preciosista va adquiriendo su lógica, y sobre todo, dando sentido a lo que vemos; en este sentido, terrible ese plano fijo del niño mestizo ya en el barco hacia la isla de la misión, enfocado desde una distancia intermedia, pero con una mano de un adulto guardián en primerísimo plano, amenazante de lo peor.