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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Romance. Comedia Durante un viaje en un trasatlántico, Charles Pike, un soltero millonario experto en serpientes que vuelve de la jungla, se enamora de Jean Harrington, una jugadora profesional que, junto con su padre, hace trampas con las cartas. Jean, que también se ha enamora de Charlie, decide abandonar el juego pero, cuando Charlie se entera de cuál es su medio de vida, rompe su compromiso con ella. Jean, dolida, intenta vengarse. La oportunidad se ... [+]
24 de febrero de 2010
34 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como más disfrutaba Preston Sturges era andando sobre la cuerda floja. O esa es la impresión que se tiene al ver sus mejores películas, las que rodó durante la primera mitad de los años 40, auténticas obras maestras casi todas ellas y piezas de referencia ineludibles a la hora de hablar de la comedia clásica hollywoodiense. A diferencia de otros directores más previsibles y fáciles de encasillar, lo que más parecía gustarle a Sturges eran el peligro y las emociones fuertes. Su concepto de diversión consistía en tender un cable entre dos rascacielos y echar a andar por él con aire despreocupado, enfundado en un smoking, con un dry martini en una mano y lanzando de vez en cuando miradas, entre ingenuas y descreídas, al espectáculo de los hombres que como atareadas hormiguitas deambulaban a sus pies. De vez en cuando, sin avisar, el muy bestia echaba a correr como un loco, hacía un par de volatines con tirabuzón y aterrizaba otra vez de pie sobre el cable, sin haber derramado ni una gota de su copa y con una sonrisa traviesa pintada en la cara.

No sé si “Las tres noches de Eva” es la mejor película de Surges (la competencia es muy dura), de lo que estoy casi seguro es de que es su obra más completa, donde su arte como equilibrista está más y mejor desarrollado que nunca. Los diálogos son memorables y tocan el tema del sexo de un modo atrevidísimo para la época, con alusiones y sobreentendidos que se mantienen a duras penas en los límites de lo permitido. El tono sedoso de comedia romántica del primer tramo de película lo contrapuntea Sturges con calculadas dosis de situaciones cómicas a mayor gloria de Stanwyck, Fonda y su extraordinario elenco habitual de figurantes. Cuando la película aterriza en la mansión de los Pike, Sturges hace chasquear su látigo y va dando sutiles y mordaces azotitos a una ridícula y pretenciosa alta sociedad tan preocupada por la apariencia externa de las personas que es fácilmente engañada gracias a sus propios prejuicios. Sturges entra aquí de lleno en su terreno favorito, el de la “screwball”, y juega a pisar y soltar el acelerador, distribuyendo sabiamente en la trama gruesos salpicones de “slapstick” de los que, a diferencia de otras pelis suyas, no llega a abusar en ningún momento.

Pero ahora que lo pienso, me temo que estoy hablando solo. Y aunque no fuera así, dudo que muchos espectadores de comedias actuales tengan ni la más repajolera idea de lo que hablo. Dudo, de hecho, que haya mucha gente que sepa quién fue Preston Sturges. He leído por ahí alguna crítica en la que se le trata incluso con piedad: pobrecito, entendedle, era 1941, hay que ser comprensivo, no pidáis peras al olmo. No les culpo. A veces olvidamos que no siempre supimos leer y escribir y que alguien se dedicó a enseñarnos. Preston Sturges fue uno de esos maestros que inventó para nosotros un lenguaje sin el que nada de lo que vino después tendría sentido. Aunque a nadie parezca importarle y haga mucho tiempo que haya dejado de hablarse.
Normelvis Bates
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