Peter Weir es un director lo suficientemente talentoso como recibir sus proyectos cinematográficos como lluvia de verano. Sin embargo, los tiempos actuales son prosaicos y hasta los mejores creadores se ven arrastrados por el lenguaje imperante. De este modo, al australiano le sale una película correcta, a destacar su fotografía, sus paisajes o su sensibilidad humana, pero que se queda lejos de sus mejores títulos. De hecho, sólo en contadas ocasiones, por ejemplo, en el interrogatorio del inicio o durante la marcha por el desierto, nos deja algo de una intensidad mayor. Así coincido con varias críticas vertidas sobre "Camino a la libertad", que como me temía, es una traducción algo cursi del original "The Way Back": no es una mala película pero de este director tenemos que esperar verdadera grandeza, cosa a la que no llega de lejos. Y hablando de críticas, tanto las negativas como las positivas tienen razón pero estoy con los que saben resaltar sus aciertos.

Culpa de que "Camino a la libertad", inspirada en "La larga marcha" (1955), libro autobiográfico del polaco Sławomir Rawicz, al que parece que se le discute en parte su veracidad histórica, se maneje a una altura menor está en que la trama, aunque a primera vista parece apasionante, no lo es. De hecho, como muchos repiten, el viaje consiste prácticamente en caminar y caminar. Prácticamente nada les sucede, quedando la cosa en breves diálogos y poco más. Aunque es verdad que Weir se las arregla para darle vida a una marcha que en otro director sería un aburrimiento continuo. La clave está en que la historia se decanta más por la aventura que por el drama, lo cual no es malo, pero sí desaprovecha un grupo humano y una situación histórica, la URSS en plena segunda guerra mundial, explosiva. En este sentido, la denuncia comunista es obvia y merecida aunque no demasiado elaborada, además de reducida. De hecho, podría servirle para cualquier otro sistema.