1934, Jerusalén, en el mandato británico de Palestina, y de telón de fondo el mítico Orient Express. Todo muy bonito sobre el papel, incluso fascinante, pero recrear una época es mucho más que elegir vestuario. Si en vez de reflejar los valores, el ambiente, las mentalidades, los hábitos de un momento histórico recurres al anacronismo para colocarme a personajes de color para cumplir con las cuotas raciales, a mujeres cocineras en el tren para complacer al feminismo o que en toda la película nadie salga fumando, lo que pienso es que estamos en el 2017, con actores disfrazados, pero no en ese 1934 que se supone que refleja. Esto quizás no sea tan importante ni hace que la película sea necesariamente mala pero nos revela cuáles son las prioridades cinematográficas, la ideología primero, y con qué falta de respeto miramos al pasado, queriendo que sea como somos ahora.

Dicho esto, aunque confieso que no he leído la novela homónimo de Agatha Christie, sí que he visto el largometraje que adapta "Asesinato en el Oriente Express" Sidney Lumet en 1974. A mí no me gustó mucho, de hecho critico "lo rebuscado de la trama" pero la versión de Kenneth Branagh, me ha resultado más confusa, más innecesariamente complicada y al mismo tiempo, mucho más evidente en su resolución. O a lo mejor me falla lo memoria o es que ya me sabía el pastel. En cualquier caso, la investigación se lleva torpemente, quizás porque en vez de centrarse en el asesinato en sí, lo único que hace es revolotear sobre el caso Armstrong. A lo que hay que añadir algún gazapo en cuanto a la ejecución y concepción del crimen que hace que la situación se vuelva insostenible o rara (SPOILER). Por lo demás, no llega tampoco a ser aburrida y si no conoces la historia te generará misterio.