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España España · Barcelona
Voto de Sémele:
9
Drama. Acción Un veterano de Vietnam (Nolte) abandona el mundo de las artes marciales mixtas para trabajar en una fundición de acero. Sus graves problemas con el alcohol han destrozado a su familia, pero llega un momento en que, arrepentido, deja la bebida y decide entrenar a su hijo más joven (Tom Hardy) para que participe en un torneo de artes marciales, en el que también participará su hermano mayor (Joel Edgerton). (FILMAFFINITY)
21 de diciembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Warrior" es de esas películas que se pueden catalogar como imprescindibles entre aquellos dramas deportivos excelentes -no importa tanto el deporte del que trate- que han marcado al público desde hace varias décadas. No hay nada nuevo en el paraíso, vale. Sin embargo, la emoción y la adrenalina que encierra la competición en cualquier deporte (siempre y cuando guste el deporte en cuestión) se ven duplicadas o triplicadas en una película como ésta.

Gavin O'Connor dirige un drama que es deportivo (sobre las artes marciales mixtas) pero que es, sobre todo, humano, muy humano. Los tres hombres que conforman este triángulo son tres vértices que no dudan en enfrentarse (en un cuadrilátero y/o en la vida real) para tratar de paliar las numerosas grietas de su pasado no resuelto. El primero es el patriarca, Paddy Conlon (un soberbio Nick Nolte), un ex-alcohólico que en su día entrenó a su hijo pequeño, convirtiéndolo en campeón olímpico. No obstante, su adicción arruinó su vida familiar. El segundo es Tommy (un acojonante Tom Hardy), el hijo pequeño de Paddy, que regresa a la casa paterna tras catorce años de ausencia convertido en una bestia física y psíquicamente herida, con tanto odio adentro que solo puede canalizarlo a través de los puñetazos y patadas que propina en un ring. El tercero es Brendan (un excelente Joel Edgerton), el hijo mayor de Paddy y hermano de Tommy, que vive con su esposa Tess (Jennifer Morrison) y sus dos pequeñas hijas, en Filadelfia, donde trabaja como profesor de instituto, y también le da a las artes marciales mixtas, para conseguir un poco de dinero.

Anthony Tambakis escribe un sólido guion que profundiza en la complejidad de las relaciones paterno-filiales y las fraternales, retomadas tras un tiempo en el que el odio y la frialdad ha arraigado a sus anchas como si fuera un virus. La posibilidad de hallar la redención y el perdón, a través de algo que ha sido un nexo de unión en el pasado (esa curiosa mezcla de boxeo y artes marciales), funciona como un contrapunto necesario. En el fondo, nos decimos, todos queremos la reconciliación, o tal vez no. Los tres se entregan al deporte con intenciones dispares, pero con un objetivo común: la salvación.

Gavin O'Connor construye un drama tan contundente como la combinación de puñetazos y patadas que se reparten en el ring. Los personajes son hombres aparentemente duros, físicamente enormes, pero en realidad son seres sensibles y sufrientes, víctimas de unas circunstancias que les ha tocado vivir, que tratan de encajar los golpes con la misma dignidad con que los propinan. El toma y daca del boxeo (de las artes marciales) actúa como una metáfora de lo que la vida les ha dado: Tommy, herido y furioso, busca el K.O. en sus combates, mientras que Brendan, más juicioso y técnico, trata de ganar por puntos. Un fiel reflejo de lo que son los dos hermanos. El vivo temperamento de Tommy contra la entereza cargada de dignidad de Brendan. Los dos actores están extraordinarios, componiendo unos personajes creíbles, muy currados (y no solo físicamente) y con diversas capas. Me gustaron mucho ambos, muchísimo, no sabría con quién quedarme.

Y Paddy, rehabilitado, ve la oportunidad de reconciliación con unos hijos que le aborrecen en el mejor de los casos y que le odian, en el peor. Aún así, aunque sabemos que no hizo lo correcto en su día, Nick Nolte construye un ser que despierta la compasión, que conmueve en varias escenas y concretamente en una, en la que directamente emociona hasta las lágrimas, en la que queda demostrado lo gran actor que es. Es de las mejores interpretaciones de su carrera, que yo le recuerde.

El final eleva a la máxima potencia todo lo dicho. Si a la emoción de una final (de cualquier deporte, y repito: siempre y cuanto guste el deporte en cuestión), unimos esa carga paterno-filial y fraternal existente, se nos acelera el pulso y lo vivimos con la intensidad de quien se siente participe de algo colosal. Los 140 minutos pasan como si fueran, no sé, tal vez 90 minutos, dándonos cuenta del PELICULÓN en mayúsculas que nos han regalado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sémele
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