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Voto de Sandro Fiorito:
9
7.0
19,986
Serie de TV. Intriga. Thriller
Miniserie de TV (2010). 8 episodios. Adaptación de la famosa novela de Ken Follett. En la Edad Media, en una fascinante época de reyes, damas, caballeros, luchas feudales, castillos y ciudades amuralladas, el amor y la muerte se entrecruzan vibrantemente en este tapiz cuyo centro es la construcción de una catedral gótica. (FILMAFFINITY)
30 de octubre de 2010
16 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica miniserie basada en la exitosa y reconocida novela homónima de Ken Follett, ambientada en la Inglaterra del siglo XII y con un argumento que gira alrededor de la construcción de una catedral en la ficticia ciudad de Kingsbridge, que ve pasar los años viéndose relacionada de alguna manera con los efectos que el desarrollo de la obra produce sobre aquellos que guardan nexo con la misma. Dirigida por Sergio Mimica-Gezzan, este trabajo ha ganado en popularidad gracias al renombre de la productora de los hermanos Ridley y Tony Scott (Scott Free Productions), quienes a su vez son los productores ejecutivos de la serie.
La calidad argumental resulta más que notable, siendo aquí aprovechados todos los minutos con historias cargadas de tensión, excelente narrativa y aún mejor interpretación. La serie está cargada de un fuerte contenido religioso por el obvio escenario de la misma y en su temática reina, principalmente, la ambición de poder (producida en un entorno profundamente político), dando lugar a múltiples relatos paralelos sobre la búsqueda más absoluta del mismo (perpetuidad en el poder, conspiraciones dentro de casas reales, ascensos en la jerarquía eclesiástica, títulos nobiliarios...). Pero dentro del entramado, que no se permite vacíos y siempre busca rellenar el metraje con interesantes historias, también hay hueco para la humildad, la amistad, el amor, el afán de superación, la persecución de los sueños y la verdadera entrega a Dios y sus sagrados valores en detrimento de aquellos que buscan en la religión una vía para alimentar su codicia. También supone un interesantísimo documento sobre la arquitectura gótica de la época, que envuelve lo referente a la edificación de la parroquia citada.
Con un guión superior y una dirección artística que consigue una ambientación sublime, que introduce elementos creados por ordenador (catedral, batallas...), los ocho episodios de los que está compuesta esta pequeña maravilla ofrecen al espectador, a lo largo de un apasionante recorrido a través de los años en los que se basa, un gran despliegue de personajes que guardan tras de sí una vida propia que interesa hasta fascinar. De entre todos los personajes que completan el plantel, esta es una selección de los más destacados: Tom “El Maestro [de obras]” (Rufus Sewell), que añora participar en la construcción de una catedral, algo que le otorgaría un trabajo para toda la vida y aseguraría la manutención de sus hijos, de entre los que destaca el envidioso y maligno Alfred (Liam Garrigan) que muestra una personalidad muy distinta a la de su afable padre. El entregado y bondadoso monje Philip (Matthew MacFadyen), convertido en Prior de Kingsbridge y principal responsable de la construcción de la catedral que da corazón a esta historia, junto a su sub-Prior, el detestable Remigius (Anatole Taubman).
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
La calidad argumental resulta más que notable, siendo aquí aprovechados todos los minutos con historias cargadas de tensión, excelente narrativa y aún mejor interpretación. La serie está cargada de un fuerte contenido religioso por el obvio escenario de la misma y en su temática reina, principalmente, la ambición de poder (producida en un entorno profundamente político), dando lugar a múltiples relatos paralelos sobre la búsqueda más absoluta del mismo (perpetuidad en el poder, conspiraciones dentro de casas reales, ascensos en la jerarquía eclesiástica, títulos nobiliarios...). Pero dentro del entramado, que no se permite vacíos y siempre busca rellenar el metraje con interesantes historias, también hay hueco para la humildad, la amistad, el amor, el afán de superación, la persecución de los sueños y la verdadera entrega a Dios y sus sagrados valores en detrimento de aquellos que buscan en la religión una vía para alimentar su codicia. También supone un interesantísimo documento sobre la arquitectura gótica de la época, que envuelve lo referente a la edificación de la parroquia citada.
Con un guión superior y una dirección artística que consigue una ambientación sublime, que introduce elementos creados por ordenador (catedral, batallas...), los ocho episodios de los que está compuesta esta pequeña maravilla ofrecen al espectador, a lo largo de un apasionante recorrido a través de los años en los que se basa, un gran despliegue de personajes que guardan tras de sí una vida propia que interesa hasta fascinar. De entre todos los personajes que completan el plantel, esta es una selección de los más destacados: Tom “El Maestro [de obras]” (Rufus Sewell), que añora participar en la construcción de una catedral, algo que le otorgaría un trabajo para toda la vida y aseguraría la manutención de sus hijos, de entre los que destaca el envidioso y maligno Alfred (Liam Garrigan) que muestra una personalidad muy distinta a la de su afable padre. El entregado y bondadoso monje Philip (Matthew MacFadyen), convertido en Prior de Kingsbridge y principal responsable de la construcción de la catedral que da corazón a esta historia, junto a su sub-Prior, el detestable Remigius (Anatole Taubman).
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El inteligente, frío, malvado, calculador y corrupto secretario del Arzobispo, Waleran (Ian McShane), cargado de ambición y capaz de todo por llegar a lo más alto dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica. El déspota Rey Esteban (Tony Curran), hipotecado a los intereses de Waleran. El codicioso y despreciable William Hamleigh (David Oakes), ansioso de un título nobiliario de la importancia del deseado por otras muchas personas en la trama, como Richard (Sam Claflin), hermano de la preciosa Aliena (Hayley Atwell). La mágica Ellen (Natalia Wörner) y su talentoso hijo Jack Jackson (Eddie Redmayne)... muchísimos personajes para un número similar de cautivadoras aventuras.
De entre todas las interpretaciones, que bajo mi punto de vista son extraordinarias, hay (discúlpenme por mi redundancia) cuatro pilares fundamentales: Rufus Sewell (“El ilusionista”, 2006), transmitiendo toda la bondad, buenas intenciones y valores de su personaje desde una prodigiosa e importante aparición; Matthew MacFadyen (“El refugio de mi padre”, 2004), que convierte la religión de su personaje en un arte y se afianza en los primeros puestos de mi humilde lista de actores favoritos del momento; Eddie Redmayne (“Tess of the D'Urbervilles”, 2008), transformando la magia de la mirada de su personaje en fascinación y misterio, canalizando todo esto a través de una muy notable interpretación; y el que para mí es el mejor de toda la miniserie por la fortaleza de su trabajo: Ian McShane (“Deadwood”, 2004), quien dota a su vil personaje de una grandiosa y siniestra expresividad, desde el sosiego del que se sabe un excelente actor (además de veterano, pues empezó su carrera en 1962), dejando como legado una sobria e inolvidable caracterización.
No podía faltar una música a la altura de las circunstancias, misión cumplida por Trevor Morris, autor de bandas sonoras como las creadas para series como “Los Tudor” (2007) o “Kings” (2008), curiosamente ésta última protagonizada por Ian McShane. La parte más destacada de su admirable obra, que completa una selección enorme, variada y muy bella de fabulosos temas, se encuentra en la estimulante pieza utilizada para la cabecera (que comparte título con el nombre de la serie) y otra aparecida en determinados momentos románticos del metraje, de la que no revelaré el título por lo esclarecedor del mismo.
Así pues, se completa con todo lo citado una épica, inolvidable e intensamente entretenida miniserie, de la que me quedo con todo sin recorte alguno y de la que además puedo sacar en claro los nombres de algunos actores que desconocía hasta el momento y a los que a partir de ahora podré seguir con entusiasmo debido a la brillantez de sus aportaciones. Imposible me resulta explicar la esencia que envuelve a este producto, que personalmente me ha encantado y del que estoy seguro siempre guardaré muy buen recuerdo.
De entre todas las interpretaciones, que bajo mi punto de vista son extraordinarias, hay (discúlpenme por mi redundancia) cuatro pilares fundamentales: Rufus Sewell (“El ilusionista”, 2006), transmitiendo toda la bondad, buenas intenciones y valores de su personaje desde una prodigiosa e importante aparición; Matthew MacFadyen (“El refugio de mi padre”, 2004), que convierte la religión de su personaje en un arte y se afianza en los primeros puestos de mi humilde lista de actores favoritos del momento; Eddie Redmayne (“Tess of the D'Urbervilles”, 2008), transformando la magia de la mirada de su personaje en fascinación y misterio, canalizando todo esto a través de una muy notable interpretación; y el que para mí es el mejor de toda la miniserie por la fortaleza de su trabajo: Ian McShane (“Deadwood”, 2004), quien dota a su vil personaje de una grandiosa y siniestra expresividad, desde el sosiego del que se sabe un excelente actor (además de veterano, pues empezó su carrera en 1962), dejando como legado una sobria e inolvidable caracterización.
No podía faltar una música a la altura de las circunstancias, misión cumplida por Trevor Morris, autor de bandas sonoras como las creadas para series como “Los Tudor” (2007) o “Kings” (2008), curiosamente ésta última protagonizada por Ian McShane. La parte más destacada de su admirable obra, que completa una selección enorme, variada y muy bella de fabulosos temas, se encuentra en la estimulante pieza utilizada para la cabecera (que comparte título con el nombre de la serie) y otra aparecida en determinados momentos románticos del metraje, de la que no revelaré el título por lo esclarecedor del mismo.
Así pues, se completa con todo lo citado una épica, inolvidable e intensamente entretenida miniserie, de la que me quedo con todo sin recorte alguno y de la que además puedo sacar en claro los nombres de algunos actores que desconocía hasta el momento y a los que a partir de ahora podré seguir con entusiasmo debido a la brillantez de sus aportaciones. Imposible me resulta explicar la esencia que envuelve a este producto, que personalmente me ha encantado y del que estoy seguro siempre guardaré muy buen recuerdo.