Con Arigatô-san, o Sr. Gracias, rodada tres años después de Chicas japonesas en el puerto, Shimizu corrobora definitivamente su altura de maestro. Es una obra sencilla y transparente que certifica la madurez alcanzada por su director, ya no sólo en tanto que forjador de imágenes, sino también en su condición de narrador minimalista y sutil.

Con un puntillismo descriptivo ejemplar, Shimizu retrata el carácter de una serie de personajes que coinciden en un largo trayecto en autobús por las zonas rurales de Japón. Esto le sirve para retratar esa parte del país que sucumbre, en cierta medida, ante el crecimiento natural de las urbes niponas, para expresar con ternura y exquisita sensibilidad el sentir y el pensar de la gente humilde del campo que debe hacer sacrificios para sobrevivir en medio de una economía que los azota sin benevolencia.

La otra lectura del film sirve para detectar una de las principales columnas creativas del discurso personal de su autor: la dignidad del marginado, la humanidad que habita en aquellos que, por X circunstancias, deben convivir con la vergüenza y la mirada incómoda de los demás. Es un tema que ya estaba presente en Chicas japonesas... y que lo volverá a estar en títulos posteriores del cineasta. Aquí se trata con tanta delicadeza y dulzura que no cabe menos que emocionarse y aplaudir la habilidad del director para contar historias tan pequeñas y, sin embargo, tan cargadas de verdad, tan hondas y hermosas...