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Voto de JVMarq:
10
8.1
13,697
Cine negro. Intriga
Jeff Bailey, un antiguo detective, posee una gasolinera en un pequeño pueblo, donde lleva una vida tranquila y sencilla. Sus amores son la pesca y una joven con la que quiere casarse. Inesperadamente, recibe la visita de un viejo conocido que le anuncia que el jefe quiere verlo. Bailey se ve entonces obligado a contarle a su novia su turbio pasado. (FILMAFFINITY)
2 de mayo de 2008
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas del cine negro y de la historia del cine. Adaptación de una novela de Daniel Mainwaring. Robert Mitchum en una de sus mejores películas y Jane Greer, inolvidable dando vida a una femme fatale, retorcida como ninguna. Kirk Douglas completa el reparto principal con una buena actuación.
Muy destacable el buen trabajo de Nicholas Musuraca con la fotografía y una estupenda banda sonora a cargo de Roy Webb.
Jacques Tourneur dirige aquí la que es su mejor película, llena de suspense, pasión e intriga. Con un Robert Mitchum en la piel de un detective con mucha labia, siempre con una respuesta ingeniosa al viejo estilo del genero.
Muy destacable el buen trabajo de Nicholas Musuraca con la fotografía y una estupenda banda sonora a cargo de Roy Webb.
Jacques Tourneur dirige aquí la que es su mejor película, llena de suspense, pasión e intriga. Con un Robert Mitchum en la piel de un detective con mucha labia, siempre con una respuesta ingeniosa al viejo estilo del genero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Me desperté en mi habitación del viejo hotel. La botella vacía de tequila tumbada encima de la mesilla de noche, me recordaba la tremenda resaca que me iba a acompañar durante un buen rato. Me preguntaba donde se habría metido el gusano. Hacia ya dos días que estaba en Acapulco y me sorprendió el haber aguantado tanto tiempo sobrio.
Me levante de la cama y fui al lavabo para despejarme. Mire por la ventana mientras encendía un pitillo. La luz me molestaba mas de lo que lo había hecho nunca. Durante un instante, desee estar en San Francisco y no pensando en McQueen montado en su Mustang por las calles empinadas, sino en Mitchum escondiéndose por la noche entre las sombras de los edificios, esperando un taxi que parece que nunca llegara, pero que finalmente aparece.
Volví a la realidad y decidí dar a este lugar la oportunidad que le había negado durante todo este tiempo. Salí con paso firme y decidido a una cantina cercana, que ya había visitado. Era demasiado pronto para la música, pero recordé a la joven cantante que amenizaba con su dulce voz la otra noche. Pensé que eso era lo que me faltaba en este viaje. Una femme fatale como Jane Greer que me llevara directo al infierno.
Estaba solo con mis pensamientos, ahogando de nuevo mis penas en alcohol, cuando un vendedor ambulante se me acerco. No uniría mi destino ni por casualidad a una bella dama, pero aun así le compre unos pendientes. Di vueltas por la ciudad durante todo el día, visitando lugares de belleza casi inigualable. Saque en mas de una ocasión el pañuelo de mi bolsillo, para limpiarme el sudor que chorreaba por mi frente en un dia caluroso a mas no poder y aun con dificultad, intentaba pensar en porque mi amor me había dejado plantado en el aeropuerto.
Ya atardecía cuando entre en el casino del hotel para jugar a la ruleta. Como en la obra maestra de Tourneur, después de perder y no hallar la manera de hacerlo mas despacio, me dije a mi mismo que la noche era joven todavía. Fui a la playa, donde encontré una imagen preciosa para el recuerdo. Delante de mi, la luna se bañaba en el mar y a mi espalda, una ciudad moderna e inmensa, despertaba de su sueño nocturno entre neones. Desde aquí tenia dos visiones, una que poco tenia ya en común con aquel mágico flashback y otra que me recordaba aquel beso de película.
Sentado en la arena con mi soledad como única compañía, desee tener en mis manos una caña de pescar, no para hacer que algún matón despistado se precipitase al vació, sino para pasar el rato mientras esperaba ver un bello amanecer.
Me levante de la cama y fui al lavabo para despejarme. Mire por la ventana mientras encendía un pitillo. La luz me molestaba mas de lo que lo había hecho nunca. Durante un instante, desee estar en San Francisco y no pensando en McQueen montado en su Mustang por las calles empinadas, sino en Mitchum escondiéndose por la noche entre las sombras de los edificios, esperando un taxi que parece que nunca llegara, pero que finalmente aparece.
Volví a la realidad y decidí dar a este lugar la oportunidad que le había negado durante todo este tiempo. Salí con paso firme y decidido a una cantina cercana, que ya había visitado. Era demasiado pronto para la música, pero recordé a la joven cantante que amenizaba con su dulce voz la otra noche. Pensé que eso era lo que me faltaba en este viaje. Una femme fatale como Jane Greer que me llevara directo al infierno.
Estaba solo con mis pensamientos, ahogando de nuevo mis penas en alcohol, cuando un vendedor ambulante se me acerco. No uniría mi destino ni por casualidad a una bella dama, pero aun así le compre unos pendientes. Di vueltas por la ciudad durante todo el día, visitando lugares de belleza casi inigualable. Saque en mas de una ocasión el pañuelo de mi bolsillo, para limpiarme el sudor que chorreaba por mi frente en un dia caluroso a mas no poder y aun con dificultad, intentaba pensar en porque mi amor me había dejado plantado en el aeropuerto.
Ya atardecía cuando entre en el casino del hotel para jugar a la ruleta. Como en la obra maestra de Tourneur, después de perder y no hallar la manera de hacerlo mas despacio, me dije a mi mismo que la noche era joven todavía. Fui a la playa, donde encontré una imagen preciosa para el recuerdo. Delante de mi, la luna se bañaba en el mar y a mi espalda, una ciudad moderna e inmensa, despertaba de su sueño nocturno entre neones. Desde aquí tenia dos visiones, una que poco tenia ya en común con aquel mágico flashback y otra que me recordaba aquel beso de película.
Sentado en la arena con mi soledad como única compañía, desee tener en mis manos una caña de pescar, no para hacer que algún matón despistado se precipitase al vació, sino para pasar el rato mientras esperaba ver un bello amanecer.