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Voto de Zinephagus:
4
Serie de TV. Documental Serie de TV. 15 episodios. Estudio crítico de la historia del cine basado en el libro homónimo del crítico norirlandés Mark Cousins. Comparada a "Histoire(s) du Cinema" de Jean Luc Godard, Cousins aborda visualmente la historia del cine desde su creación hasta nuestros días a través de 15 episodios y cientos de fragmentos cinematográficos desde la creación del cine hasta el último "blockbuster" norteamericano. En ellos encontramos ... [+]
17 de abril de 2021
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mastodóntico y, al cabo, frustrante empeño de embutir la historia y evolución del cine, desde su nacimiento hasta cumplirse la primera década del siglo XXI, en algo más de quince horas. Se agradecen la pasión y la heterodoxia de Mark Cousins, pero acaba por resultar irritante la machaconería de algunas de sus tesis de batalla y desconcierta el afán por ningunear páginas y nombres capitales que, sin duda, él conoce, aunque minusvalore.

Es la síntesis de Cousins un universo fílmico por el que parecen no haber pasado, a juzgar por las inexistentes o simbólicas alusiones, nombres como los de Josef von Sternberg, Raoul Walsh, Joseph L. Mankiewicz, Max Ophuls, Preston Sturges, Masaki Kobayashi, Claude Chabrol, Frank Capra, Jacques Rivette, Mario Monicelli, George Cukor, Clint Eastwood, Otto Preminger, Frank Borzage, Mikio Naruse, Manoel de Oliveira, Mike Leigh, Robert Rossen, Jacques Becker, Blake Edwards, Jules Dassin, Aki Kaurismäki, Anthony Mann, Dino Risi, Eric Rohmer, Pietro Germi... Sin duda, todos ellos, figuras insignificantes en comparación con otras personalidades que sí parecen apasionarle, como Nicolas Roeg o Jane Campion. Siendo británico-irlandés, llena de perplejidad su completo olvido de las deliciosas comedias Ealing, con figuras tan imprescindibles como Mackendrick o Crichton, su paso de puntillas por encima del Free Cinema (pese a la afinidad ideológica que pudiéramos encontrar entre el espíritu de aquel movimiento y el documentalista) o la inexistencia del terror de la Hammer.

Respecto al cine español, un alarde de escandalosa ignorancia y una pintoresca pretensión de convertir la figura de Franco en el factor determinante de absolutamente todo. Incluso para explicar la esencia de películas como "El sol del mebrillo", de Víctor Erice, rodada ya en 1.992. Si Cousins conociese, tópicos aparte (dudo que se haya molestado en tratar de ver nada de Berlanga, Neville o Fernán Gómez), algo más de la cinematografía de nuestro país, tendría que reconocer que una parte muy sustancial de lo más valioso que haya dado estaría fechada dentro de los márgenes temporales del franquismo, con lo que su pueril "activismo" intelectual tendría que buscar algún tipo de construcción argumental alternativa a los tres o cuatro brochazos groseros con los que despacha perezosamente una producción que es algo mucho más complejo que supuestos islotes en medio de la nada, como Buñuel o Almodóvar.

Mención aparte merecería el insistente y bastante paternalista empeño feminista de Cousins, incapaz de glosar el trabajo de cualquiera de las mujeres que menciona sin subrayar la cuestión del género. Tampoco destacan por su sutileza las alusiones al contexto político coyuntural que envuelve cada una de las cinematografías en un período concreto, con pretensiones tan discutibles como la de que la presidencia de Ronald Reagan determina el carácter de casi todo el cine estadounidense de los ochenta.

Es fácil simpatizar con la militante convicción del autor en la importancia del cine del tercer mundo y la atención pormenorizada que concede a cinematografías "exóticas" de Asia o África, aunque tengamos la sospechas sobre la completa sinceridad de ese aprecio y que no sea el ariete preferente que haya querido utilizar contra ese Hollywood del que detesta enfáticamente la condición "industrial" (que, en cambio, le parece estupenda cuando las factorías están en Hong Kong o la India), el oligopolio de los grandes estudios, los estereotipos narrativos, el star system y las soluciones de puesta en escena encaminadas a potenciar el glamour o la comercialidad.

Es el trabajo de Cousins un pantagruélico banquete en el que, si uno toma la precaución de no comprarle todo el contenido de la salmodia incansable de sus comentarios y hace un esfuerzo de indulgencia para encontrar no tan tóxicas como puedan parecer muchas de sus apreciaciones, incluyendo la penosa orientación que se da a las entrevistas (pese a que personajes como Paul Schrader nunca puedan dejar de ser interesantes), la experiencia pueda ser relativamente satisfactoria. Al fin y al cabo, la vehemencia que despliega Cousins ennoblece y da entidad polémica a un trabajo que, de haberse presentado con un envoltorio frío y desapasionado, aunque exponiendo las mismas tesis, habría resultado irritante hasta decir basta, y además aburrido.
Zinephagus
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