La película muestra hasta que punto se puede llegar a renunciar a la vida por un riguroso sentido de la servidumbre que lleva a nuestro protagonista a tratar a su propio padre, también empleado en la mansión, como a un trabajador más en una relación estrictamente profesional. Una persona que no quiere mujeres atractivas a su lado porque no quiere enamorarse de nadie para no faltar a su deber. Tanto él como la ama de llaves mantienen una tensa relación laboral que con los años se suaviza y acaba convirtiéndose en una amistad, en algo que pudo ser pero no fue.

Emma Thompson y Anthony Hopkins bordan sus papeles en un año especialmente mágico para la primera, que poco tiempo antes había estrenado En el nombre del padre, obteniendo por ambas películas sendas nominaciones al oscar a la mejor actriz principal por la que nos ocupa y a la mejor secundaria por la última. En el reparto también figura una jovencísima Lena Headey muchos años antes de convertirse en una estrella con Juego de tronos. También me compadecí del gran Christopher Reeve, tan joven y pletórico, quien un par de años después sufriría un aparatoso accidente de equitación que lo postraría en una silla de ruedas hasta su prematura muerte en 2004. Además James Fox destaca con un papel en el que luce toda la flema británica y su porte aristocrático de persona ingenua de buenas intenciones pero débiles principios. La antítesis de su ama de llaves quien a pesar de sus nobles principios es incapaz de respetarlos por su precaria situación. Y por último también aparece Hugh Grant un año antes de triunfar con Cuatro bodas y un funeral.

La película está impecablemente realizada desde todos los puntos de vista incluyendo una espléndida banda sonora, fotografía, diseño de producción y elegante vestuario. Uno de los mejores títulos del año y de la década.