Llegar a la altura de “Nadar y Simin, una separación” va a ser un reto continuo para Farhadi, reto casi imposible de conseguir, aunque en el intento los aficionados estamos disfrutando de una muestra del buen hacer de este director, uno de los más interesantes de entre los que han surgido en este siglo XXI. Un ejemplo de ello es este “El viajante”, que para el que suscribe es, junto a “Vivir su vida” de Jean-Luc Godard, el mejor acercamiento al mundo de la prostitución que se haya visto en la pantalla. Además “El viajante” es el complemento de la de Godard pues éste se interesaba en el inicio en la prostitución de una mujer en dificultades económicas y “El viajante” en la búsqueda y el retrato de un cliente. Por supuesto que “El viajante” es mucho más que eso, es otra aportación más al complejo retrato que Farhadi está llevando a cabo con sus películas de la sociedad iraní y de las relaciones de pareja en su seno. En cualquiera de los casos, y para no extenderme, he de destacar que la última media hora del filme, en la que quedamos encerrados con los protagonistas en una casa en ruinas (¿una metáfora del Irán moderno?), y en la sala de maquillaje de unos camerinos teatrales (¿un símbolo de la hipocresía en la que ha de vivir la pareja tras el trauma experimantado?), nos da muestra de toda la complejidad del cine de Farhadi, de todo el humanismo que subyace en su mirada y de su pesimismo respecto a la viabilidad de una relación de pareja en términos de igualdad en una sociedad en la que la mujer está atrapada en una telaraña de relaciones masculinas dominantes y en la que el hombre vive preso de unos códigos de honor machista férreos y castradores.