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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Frederick Manion (Ben Gazzara), un teniente del ejército, asesina fríamente al presunto violador de su mujer (Lee Remick). Ella contrata como abogado defensor a Paul Biegler (James Stewart), un honrado hombre de leyes. Durante el juicio se reflejarán todo tipo de emociones y pasiones, desde los celos a la rabia. Uno de los dramas judiciales más famosos de la historia del cine. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paradójicamente, a pesar de ser abogado, el género judicial no está precisamente entre mis prioridades cinéfilas. Demasiado alambicado, irreal, fantasioso y novelesco en la mayor parte de las ocasiones, suele producirme bostezos por previsible y por sentirlo excesivamente de fórmula. Obviamente, hay una excepción que brilla por encima de todo y de todos porque es una obra capital de la historia del cine: “Matar a un ruiseñor” de Robert Mulligan. Muy cerca siento “Anatomía de un asesinato” de Otto Preminger, quizás por el mismo motivo.

Cercano en mi corazón al inmortal Atticus Finch que encarnara para la posteridad Gregory Peck en “Matar a un ruiseñor”, está ese Paul Biegler, abogado fracasado de poca monta que prefiere el jazz y la pesca a los tribunales y que encarna mágicamente James Stewart en la gran obra maestra de Preminger.

A ese picapleitos, un don nadie de provincias al que pocos clientes respetan para pagarle, le encarga la defensa de su marido una mujer irresistible con escasa apariencia de víctima, la mejor interpretación de su carrera de Lee Remick. El cónyuge, militar, es asesino confeso del propietario de la cantina por haber violado a su mujer. El personaje de James Stewart tan sólo cuenta con un Sancho Panza alcohólico y una secretaria cansada de no cobrar nunca porque el despacho no da para más para defender lo indefendible.

El metraje de la cinta está ocupado en buena medida con el desarrollo del procedimiento judicial y con la lucha imposible entre David y una fiscalía Goliat que tiene todas las cartas en la manga. Y de mucha sensualidad y erotismo contenidos y afortunadamente impropios de una cinta de 1959, además de quedar como testimonio indeleble del papel de la mujer en la sociedad de los años 50, afortunadamente tan alejado y superado respecto de la actual. Queda muchísimo camino por recorrer para lograr la igualdad real, pero un vistazo a los hechos y, sobre todo, a las valoraciones y comentarios sobre la mujer en los años 50 habidos en esta cinta, basta para entender que afortunadamente también lo hay recorrido ya.

Todo ello rodado con una elegancia exquisita por parte de Preminger, con una preciosa fotografía en blanco y negro de Sam Leavitt, con un guión pleno de tensión eléctrica de Wendell Mayes adaptando al cine la novela de Robert Traver, y con la música de, ahí es nada, un tal Duke Ellington, que además se permite un pequeño cameo en mitad del metraje.

Imposible dar más por menos. Y, sobre todo, respetar más al espectador, que deberá ponerse en la piel del jurado para tomar una decisión que marcará el devenir de muchas vidas para siempre.
Sergio Berbel
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