Con un prisma un tanto naturalista y con pinceladas de Begman, François Ozon nos sumerge en esta ocasión en la historia de una mujer y en un momento muy concreto de su vida: el embarazo.
El naturalismo del director parte en un inicio de una premisa que creía indispensable: escoger a una actriz embarazada en la vida real. Es así como Isabelle Carré afronta un papel complejo por el paralelismo que guarda con su propio momento vital.
Sin un compañero con quién compartir la experiencia y recurriendo a un tratamiento de metadona paralelo el embarazo se aleja de los tópicos. Es una maternidad no buscada y no entendida como obligado sacrificio con el binomio dolor/ alegría. Se acentúan al contrario otros aspectos como la sensualidad.
En el personaje habrá momentos de miedo, de soledad e incertidumbre. La figura de Paul logrará llevar al refugio un poco de luz y calidez. El contacto con otro ser humano afín les lleva a un cobijo emocional único. Esto le hará la espera más cálida y sobre todo comenzar a albergar esperanzas.
Se trata de sondear en una experiencia que como tantas puede teñirse de tantos matices como tiene la condición humana.